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Los dueños de restaurants nocturnos veíanse obligados a dividir sus establecimientos en una especie de compartimientos estancos a fin de contener el ímpetu de los comensales. Cada uno de aquellos compartimientos era algo así como una pequeña fortaleza en donde el trasnochador se encontraba relativamente a salvo de agresiones.

El médico de Cebre, atrabiliario, magro y disputador; el notario, coloradote y barbudo, osaban decir chistes, referir anécdotas; el sobrino del cura de Boán, estudiante de derecho, muy enamorado de condición, hablaba de mujeres, ponderaba la gracia de las señoritas de Molende y la lozanía de una panadera de Cebre, muy nombrada en el país; los curas al pronto no tomaron parte, y como Julián bajase la vista, algunos comensales, después de observarle de reojo, se hicieron los desentendidos.

La ciega hablaba como si no lo fuera y así hacía siempre. Los comensales se miraban unos a otros sonriendo con una mezcla de alegría y de compasión. Elena, entusiasmada con el elogio, no parecía fijarse y le hacía preguntas y consultaba detalles. «¿Qué te parece, pondré sobre la chimenea un reloj imperio o una estatua? ¿Pondré la luz en el techo o en los rincones? Pocos muebles, ¿verdad?

Asió la primera ocasión por los cabellos para levantar la voz y atraerse la atención de los comensales. Ayer le he visto a usted por la mañana en la carrera de San Jerónimo, Fuentes le dijo la condesa de Cotorraso que estaba tres o cuatro puestos más allá. Según a lo que usted llame mañana, condesa. Serían las once, poco más o menos.

Había allí doce comensales, seis hombres y seis mujeres, además del anfitrión, Cipriano Marenval, célebre industrial que había hecho una inmensa fortuna fabricando y vendiendo una fécula alimenticia que lleva su nombre.

Luego, a la hora del almuerzo, comenzó a cantar las excelencias del trabajo, llamando a cada paso en su apoyo al catalán: «¿Verdad, señor Llagostera, que no hay otra fuente de riqueza? al mismo tiempo hacía con disimulo el ademán de tirar de una carta . ¿Verdad, señor Llagostera, que el único medio de prosperar las naciones y los individuos es el trabajo honrado? ¿Eh? ¿El trabajo decente? la misma a mueca . Yo no conozco más que a los catalanes que sepan tirar..., tirar bien del carro de la riqueza, ¿eh? tirando de la carta imaginaria . ¡Oh, si los andaluces tirásemos tan bien!...» Los comensales no podíamos reprimir la risa.

Caben holgadamente en ambos pisos quinientos ó seiscientos comensales, y no bajan de cuatro mil los que componen la parroquia ordinaria, produciendo un ingreso de 25 á 30.000 reales diarios. El amo de este restaurant increible, lo es tambien del de la calle de Montmartre, mencionado ya, y de otros cuatro establecidos en diferentes puntos de Paris.

Lesperut nos dijo que no habiamos sufrido engaño alguno, puesto que aquello era una costumbre admitida en Paris. Aquel aviso significa que los comensales tienen tres platos diferentes, de los cuales pueden elegir el que más les guste. Lesperut se sonrió luego y añadió con extrema bondad: desde luego se ocurre que no habrá inventado esa costumbre ningun extranjero.

Miguel Fedor había pasado en los mares una parte considerable de su vida, y simpatizó con este joven modesto al conocer la especialidad de sus estudios. Hablaron largamente de oceanografía, y el día anterior, el príncipe Miguel, que estaba habituado á tener una gran mesa por la que desfilaban los comensales más diversos, dijo á su «chambelán»: Muy simpático tu sabio. Invítalo á almorzar.

Pero la luz del gas, la luz eléctrica representan el esfuerzo de un hombre de genio, es el triunfo de la inteligencia, hace recordar nuestro poder sobre la materia, la soberanía del espíritu en todo el Universo.... Luego añadió bajando un poco la voz , al sol se le puede ver sin que cueste dinero, y yo siempre he aborrecido los espectáculos gratis. Los comensales no cesaban de reir.