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Y en su respeto había algo de envidia: la envidia que surge de una conciencia insegura. Cuando don Marcelo pasaba malas noches, sufriendo pesadillas, un motivo de terror, siempre el mismo, atormentaba su imaginación. Rara vez soñaba en peligros mortales para él ó los suyos.

Dado de baja por la disolución de los cívicos, se dedica al comercio, pero al comercio acompañado de peligros y aventuras.

Es lamentable... pero él es un hombre honrado y no abusará de esa confianza. Así lo creo... estoy cierta... Mis imprudentes cartas están seguras en sus manos... Pero se marcha y él mismo no se disimula los peligros que lo esperan. Se estremeció y su voz se volvió débil. Si no volviese, ¿qué sería de esas cartas?

El nombre de Ulises Ferragut empezó á ser famoso entre los capitanes de los puertos españoles. Las aventuras náuticas de su primera época entraban por muy poco en esta popularidad. Los más de ellos habían arrostrado mayores peligros, y si le apreciaban, era por el instintivo respeto que sienten los hombres enérgicos y simples ante una inteligencia que consideran superior.

Su embriaguez se recreaba con las más disparatadas magnificencias. Unos hacían correr el vino de todo un tonel para llenar un solo vaso. Otros empleaban como blanco de su revólver las botellas de champaña alineadas en las anaquelerías de los cafés, pagando las roturas al contado. De este viaje guardó Ferragut un sentimiento de orgullo y confianza que le hizo despreciar los peligros.

Y en su afán irresistible de decirlo todo, de no perdonar el relato de ninguno de los peligros que sobrevendrían tras la separación, Rafael habló de su madre, de lo que ocurriría al quedar solo con ella sumido en la monotonía de la ciudad. ¿Creía ella que todo era cariño en la indignada oposición de su madre?

Dos veces la había sacado a ella de peligros puerperales una famosa matrona sin matrícula ni Dios que lo fundó: «Di que todo es farsa en este mundo. ¡Cómo decir que estás peor porque se ha procurado distraerte! ¡animal! ¡qué sabrá él lo que es una mujer nerviosa, de imaginación viva!

«Si mi madre me viera por dentro, no tendría esos temores con que ahora me mortifica». Doña Paula insistió en pintarle los peligros de la calumnia; sabía que le lastimaba el alma, pero a su juicio era un dolor necesario, porque temía para su hijo la caída de Salomón. La madre de don Fermín creía en la omnipotencia de la mujer. Ella era buen ejemplo.

Esto no deja de tener su ventaja, porque la mujer pierde el prestigio que la da el recato, aunque sea un recato hipócrita, y la prostitucion ofrece así menos peligros.

Esta gran revolución no ha llegado á su augusto apogeo, no ha llegado al punto supremo de justicia: ha sido hasta ahora un paso tan sólo, el primer paso. ¿Nos detendremos con timidez asustados de nuestra propia obra? No: estamos en un intermedio horrible: la mitad de este camino de abrojos es el mayor de los peligros.