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Su embriaguez se recreaba con las más disparatadas magnificencias. Unos hacían correr el vino de todo un tonel para llenar un solo vaso. Otros empleaban como blanco de su revólver las botellas de champaña alineadas en las anaquelerías de los cafés, pagando las roturas al contado. De este viaje guardó Ferragut un sentimiento de orgullo y confianza que le hizo despreciar los peligros.

Desgraciadamente para la señora Chermidy, los venenos llegaron antes que el Champaña. El doctor se mostró prudente, bromeó mucho y no cometió la menor imprudencia.

Era mi suegro, corriendo alrededor de la mesa con dos botellas de champagne en las manos; se detenía junto a los que tenían la copa vacía, completamente vacía, y les decía con insistencia: ¡Pero beba, pues! ¿Por qué no bebe? Cuando llegó junto a , le pellizqué la pierna y le dije: ¡Viejo farsante! ¡a esto es a lo que llamas hacer correr el champaña a mares!

Unicamente sencillas botellas de un verde obscuro, de cuello largo y estrecho, de tapón lacrado y sujeto por alambre, botellas, en fin, que olían a Francia y a champaña a una legua, contrastaban singularmente con el lujo y el aparato asiático que dominaba en aquella pieza.

Este ruido sacó al otro comensal de su ensimismamiento: era el gitano. ¡Francia, Blasillo! palabra ¡es un digno país! ¡País de hospitalidad! dijo Blasillo apurando un segundo vaso de champaña. El gitano miró, inclinó la cabeza hacia atrás recostándola sobre los cojines del diván, y soltó una carcajada. Y de la libertad continuó Blasillo en el mismo tono.

Ripamilán, que tenía los ojillos como dos abalorios, gritaba: ¡Fuera ese iconoclasta! ¡Las hortalizas, las hortalizas! ¿Eso quiere decir que a V. E., señor Marqués, la religión, el arte y la historia le importan menos que un rábano? ¡Bravo, paisano! gritó don Víctor, en pie, con una copa de Champaña en la mano.

Las salas son bien feas: el adorno ninguno: ni una alfombra, ni un mueble elegante, ni un criado decente, ni un servicio de lujo, ni un espejo, ni una chimenea, ni una estufa en invierno, ni agua de nieve en verano, ni... ni burdeos, ni champaña... Porque no es burdeos el valdepeñas, por más raíz de lirio que se le eche. Iremos a los Dos Amigos.

Adelantóse con mesurado paso y saludando profundamente, dijo: Mi poderoso é ilustre señor, Carlos, rey de Navarra, conde de Evreux y de Champaña y señor del Bearn, me ordena saludar fraternalmente á su muy amado primo Eduardo, príncipe de Gales, duque de Aquitania, lugarteniente.... ¡Basta ya, Don Martín! interrumpió impacientemente el príncipe.

Detrás de mi sillón se hallaba el coronel Sarto, y al otro extremo de la mesa vi a Federico de Tarlein, quien, por cierto, apuró su primera copa de champaña algo antes de lo que en rigor se lo permitía la etiqueta. No pude menos de preguntarme qué estaría haciendo en aquel momento el rey de Ruritania. Nos hallábamos en el gabinete del Rey, Federico de Tarlein, Sarto y yo.

¡Oh, París! ¡No hay mas que un París! ¿Qué dice usted de esto, Robledo? Pero como Robledo era un salvaje, sonrió con una indiferencia verdaderamente insolente. Comieron sin tener apetito y bebieron el contenido de una botella de champaña sumergida en un cubo plateado, que parecía repetirse en todas las mesas, como si fuese el ídolo de aquel lugar, en cuyo honor se celebraba la fiesta.