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Actualizado: 21 de junio de 2025
Un banquero riquísimo, y muy conocido en Madrid por la protección que dispensaba a las chicas de vida alegre, le propuso descaradamente amueblarle un entresuelito y ponerle coche; un caballerete trapisondista y jugador intentó llevársela una noche a cenar, imaginando que cuatro copas de Champaña y un gabinete de fonda le asegurarían la conquista; un autor le ofreció un papel de gran lucimiento a cambio de una cita, y hasta el director de escena se brindó a solicitar para ella un beneficio, a condición de que ensayasen a solas lo que hubiera de cantar.
En el bouquet del vino, en el sabor del queso Gruyer, y en las chispas de la champaña, en el reflejo de unos ojos, hasta en el contraste del pelo negro de Ronzal y su frente pálida y morena... en todo encontraba Anita aquella noche belleza, misterioso atractivo, un valor íntimo, una expresión amorosa.... ¡Qué colorada está Anita! le decía Paco a Visitación por lo bajo.
Contra lo que esperaba el ateo, la conversación, al llegar el Champaña, había tomado un rumbo que no podía llevarla a los asuntos serios que él creía propios de aquella solemnidad. Se hablaba de mujeres. Casi todos echaban de menos la edad de las ilusiones, no por las ilusiones, sino por la secreta fuerza, que según ellos era su origen.
So... sí... si... mo... Saturno bebió una copa de champaña acto continuo. Lo de pollo le había halagado. A la Marquesa se le ocurrió el disparate, tal vez sugerido por las nieblas del sueño, de mirar muy fijamente a Bermúdez, y ponerle unos ojos que ella sabía que in illo tempore mareaban a cualquiera. ¿Por qué no se casa usted? preguntó doña Rufina seria y melancólica, al parecer.
Yo no quiero que tú seas su amiga. ¡No, no me digas nada! sí, es chanza, sí, es chanza. ¿Ves? Este vestido malva sí te va a estar bien. A ver, qué bien hace con tu pelo castaño. ¿Ves? Es muy nuevo. Tiene el corpiño como un cáliz de flor, un poco recto; no como esos de ahora, que parecen una copa de champaña: muy delgados en la cintura, y muy anchos en los hombros.
Ella misma se encargaba de ir llenando el vaso del convidado con una bebida de su invención, á base de champaña, que anestesiaba la boca con arañazos de frescura y de cauterio y hacía subir á las fosas nasales un perfume de flores raras y especias asiáticas. Hablando de la difunta princesa, acabó por mencionar á su propia madre. Vivían las dos en abierta hostilidad.
A la sazón llevaba una larga barba descuidada y estaba recluido en un manicomio; la bohemia había desaparecido. O quizá no había existido en la vida y el doctor se la había inventado. ¿Quién sabe? A las cinco de la mañana, el doctor Chevirev acababa su tercera botella de champaña, y se iba a su casa.
Pero quince minutos después me paseaba libre y sereno sobre la cubierta de popa, fumando y riendo, y luego, en asocio de un amigo y compatriota, hacia saltar el corcho de una botella de champaña para beber por la patria, diciéndome interiormente: «El hombre es el rey de la tierra, porque su fuerza es el espíritu y su cetro la voluntad.» EL OC
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