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Actualizado: 21 de junio de 2025


Pasaban los camareros sosteniendo con ambas manos vasijas de metal, de cuyas bocas surgían golletes de botellas entre pedazos de hielo. Sonaban incesantemente los estampidos del vino espumoso. Muchos se creían en una posición equívoca si no acompañaban su comida con champaña en esta noche de fiesta.

El cielo azulado, las llanuras de Alsacia y Lorena, y, al fin del horizonte, las de la Champaña, aquella inmensidad sin límites en la que se perdía la mirada, le producía como un desvanecimiento de entusiasmo. Parecía que tenía alas y que volaba por el espacio azul, como esos grandes pájaros que se arrojan desde la cima de los árboles a los abismos, mientras entonan el himno de su independencia.

Entre otros platos, mencionaré un pollo con almendras, un alcuzcuz con vainilla, una tortuga con jugo de carne, algo pesado, pero de sabor exquisito, y bizcochos con miel, llamados bocadillos del Kadí... No se sirven más vinos que champaña.

De trimestre en trimestre se alzaba, más temible, hinchándose más desmesuradamente ante sus ojos llenos de angustia, y dispuesta a precipitarse sobre él, a aplastarlo con el peso de su mole gigantesca. Así se había arrastrado su vida de plazo en plazo, como la de un condenado, desde el día solemne que fue alegremente celebrado y rociado con vino y con champaña en El Águila Negra.

Su frente es altiva, sus ojos de águila, su fuerza irresistible, su movimiento el del tapón de una botella de champaña. Pero para dar al gas una forma, no hay más medio que el de encerrarle en un continente que la tenga. Nada, pues, más natural que el que demos a esta especie el nombre de hombre-globo: sólo así podemos hacerle perceptible a nuestros sentidos.

Le hubiera hablado de su amor, del Babilonia, del champaña, de que abusaba. Pero se limitó a preguntar: ¿Hay que darle bromuro a Polakov? ¡Desde luego! ¡Buenas noches! Muy buenas. ¿Volverá usted a irse? El doctor consultó su reloj. Eran las tres y media. No, es demasiado tarde. No saldré ya. ¡Gracias!

El doctor Chevirev no se esforzaba por conservar en la memoria los nombres de sus amigos del Babilonia, y no se daba cuenta de que desaparecían y eran reemplazados por otros. Callaba, sonreía cuando se dirigían a él, bebía su champaña mientras los demás gritaban, bailaban con los bohemios, se regocijaban o se entristecían, reían o lloraban.

Cuando en las grandes solemnidades el cabildo mandaba iluminar la torre con faroles de papel y vasos de colores, parecía bien, destacándose en las tinieblas, aquella romántica mole; pero perdía con estas galas la inefable elegancia de su perfil y tomaba los contornos de una enorme botella de champaña.

Tomaba parte en las alegrías y en las tristezas del establecimiento, arreglaba a menudo las desavenencias entre la administración y los clientes borrachos. Todas las noches se bebía tres botellas de champaña, ni una más ni una menos.

Poco a poco, el rumor de la mesa, el cuchicheo de los convidados más distantes, la luz de los mecheros de gas que le calentaba los sesos, el aroma de los vinos y la espuma del Champaña, que aún parecía bullir en la iluminada atmósfera, la embriagaron, y sintió fluir de sus labios las palabras y habló con afluencia, con desparpajo, sin cortarse ni tropezar.

Palabra del Dia

rigoleto

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