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Actualizado: 21 de mayo de 2025
La gran ciudad tiene sus niños mimados en todas las artes, pero no conozco a ninguno que lo fuese tanto como él. Había nacido en una miserable y pequeña ciudad de la Champaña, pero hizo sus estudios en el colegio de Enrique IV. Un pariente suyo, que ejercía la medicina en el país, le dedicó desde muy joven a la misma profesión.
El champaña acabó de trastornar a Gallardo, y cuando se levantó de la mesa dio el brazo a la dama, asustándose de su propia audacia. ¿No se hacía así en el gran mundo?... El no era tan ignorante como parecía a primera vista. En el salón donde les sirvieron el café vio el espada una guitarra, la misma, sin duda, con que daba sus lecciones el maestro Lechuzo.
Bebió Reyes ponche, champaña, benedictino después, y ya, sin conciencia despierta para reprobar las demasías que se permitían el barítono y la contralto y alguna otra pareja, consintió en brindar, por último, cuando de todas partes salían exclamaciones que le invitaban a desahogar su corazón en el seno de aquella amistad artística, «no por nueva, pensaba él, menos firme y honda».
Dos kilos y medio, señora. Sotero Rico me lo dio de lo superior. ¿Y postres, bebidas?... Hasta Champaña de la Viuda. Son el diantre los curas, y de nada se privan... Pero vámonos adentro, que es muy tarde, y estará la señora desfallecida. Lo estaba; pero... no sé: parece que me he comido todo eso de que has hablado... En fin, dame de almorzar.
Van afeitados, con pantalones anchos y un botón en la solapa, insignia de no sé que Sociedad de su país. A todas horas destapan champaña en el fumadero; piden la caja de cigarros, y meten la mano para abarcar muchos de una vez, cantan a gritos y son el tormento de los músicos, pues siempre están exigiendo que toquen: ¡Miusic! ¡Miusic!... Viene también sola una dama yanqui, alta, buena moza.
Un permiso inesperado.... Una breve comisión en París.... Veinticuatro horas nada más.... No pudo seguir hablando. Los dos se habían abrazado, balanceándose con las explosiones de su alegría. Empezó á rasgarse el silencio con unos besos sonoros y escandalosos como los taponazos del champaña. La vieja se levantó, ceñuda y grave. Allí estaba de sobra una persona; no necesitaba que se lo dijesen.
Ayudaba a componer el menú de la cena; elegía los vinos; indicaba los mejores cantantes y cantatrices, a quienes se invitaba también al gabinete. Luego se sentaba en un extremo de la mesa, con su botella de champaña, que los criados le llevaban cada vez que cambiaba de sitio. Cuando le dirigían la palabra se sonreía, y diríase que hablaba mucho, aunque guardaba, en realidad, casi siempre silencio.
Sobre un veladorcito hay cuatro botellas; dos de Burdeos que, como buenas girondinas, tienen a modo de gorritos frigios sus cápsulas rojas, una de Champaña con capellina de plata, y otra de Jerez que parece oro líquido. Don Juan espera impaciente abrochándose el batín oscuro de alamares negros. Cuatro minutos antes de las doce suena un campanillazo.
No comprendo cómo admiten gente de esta calaña en el cabaret de Lutecia; la mujer hallábase en un estado de embriaguez avanzada, y el hombre apenas se encontraba mejor que ella; piden champaña, y luego se ponen a mirarnos de hito en hito a Zipette y a mí, y a comunicarse en voz baja ciertas reflexiones, que debían ser muy graciosas porque les hacían reír de una manera irritante; yo sentía que se me subía la sangre a la cabeza, y mi amiga, por su parte, se agitaba; lo cual no es buena señal en ella.
Mallarino había sostenido que en Manzanos había vino, lo que hacía inútil el trabajo de llevarlo desde Bogotá. Pero, ¡qué Champaña, mis amigos! Suárez sostenía que era de la casa de Mallarino, y éste lo amenazaba con un juicio por difamación, olvidando que en Colombia no los hay.
Palabra del Dia
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