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El hijo, que parecía tener catorce años, iba vestido como él, con el mismo pantalón estrecho de pierna y amplio de campana, pero sin el mantón ni el pañuelo.

Y no recibiendo contestación, dió un golpe a la puerta con su poderosa pierna de cíclope, e hizo saltar el pestillo con estrépito. El cuarto estaba en tinieblas. ¡Ventura, Ventura! gritó. Nadie contestó. Sacó con mano trémula una cerilla, y paseó una mirada de loco por la habitación. Su esposa estaba en camisa acurrucada en un rincón, pálida, desencajada. Gonzalo no detuvo los ojos en ella.

Tan vanidoso, tan enamorado de su persona y de gustar á las damas, que al quedarle en la pierna un hueso saliente después de ser herido en el cerco de Pamplona, se lo hizo aserrar, para que no se notase bulto alguno en las altas y elegantes botas que entonces se llamaban botas polidas... Urquiola es joven, y rebosa en él la energía, el exceso de expansión y de fuerza que ha puesto al servicio de Dios.

Al término de nuestras miserias tocamos, y al principio de nuestra ventura. En las inmediaciones del pueblo encontráron á un negro tendido en el suelo, que no tenia mas que la mitad de su vestido, esto es de unos calzoncillos de lienzo crudo azul, y al pobre le faltaba la pierna izquierda y la mano derecha. ¡Dios mió! le dixo Candido, ¿qué haces ahí, amigo, en la terrible situacion en que te veo?

Mientras la voz cascada del cura le martirizaba los oídos, estaba pensando en un perro que había encontrado por el camino con una pierna rota. ¿Quién habría puesto de aquel modo al infeliz animal? Tal vez algún muchacho le tiraría una piedra. ¡Vaya una proeza! Poco á poco se fué apoderando de su espíritu una gran repugnancia, una repugnancia invencible.

Los inmensos espacios de terreno pantanoso, sobre los que se colocaban algunos troncos atravesados para facilitar la circulacion, eran sobre todo los tránsitos de peligro, porque donde llegaba á faltar un tronco caia luego la pobre mula, quebrándose la pierna, ó sumiéndose hasta los encuentros en el profundo lodazal.

Disparar contra una plaza durante algunos meses cañonazos y más cañonazos, meter dentro de ella granadas como cabezas y permanecer tan sosegada, durmiendo a pierna suelta como si le echasen bolitas de papel. Cuando el general le soltaba algún requiebro a quemarropa, Mariana sonreía bondadosamente. Cállese usted, pícaro. ¡Buen pez debió usted de haber sido en sus buenos tiempos!

¡Yo necesitaría toda la del mundo para mover una pierna!... ¡ay!... Después les va a pesar... ¡vamos!... ¡un poco de energía y arriba!... Vean que esos dolores perduran mucho si se les anda con paños tibios... ¡Vamos, pues, arriba!... Montamos a a caballo... ¡Ay!... ¡Ay!... ...y nos vamos de un galope... ¡Ay!... ¡Ay!... ...hasta lo de Anastasio. Todo fue inútil.

Se le había torcido la boca, y arrastraba penosamente la pierna derecha. «Por Dios, Frasquito le dijo Doña Paca suplicante , no nos alborote. Está usted malo, y debe meterse en cama». Y salió también Obdulia declamando enfáticamente: «Frasquito: ¡una persona como usted, tan fina, de buena sociedad, decirnos esas cosas!... Tenga juicio, vuelva en .

Don Bernardino se descubrió también, aunque con suma impertinencia; se sentó en otro sillón con el mayor desenfado del mundo, puso un brazo sobre el respaldo del sillón y cruzó una pierna sobre la otra. Juan Montiño, que no había hablado una sola palabra, empezaba á amostazarse.