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Lo señala con el dedo á los que le siguen, y todos sienten en el mismo instante disminuir la laxitud: la vista de ese pequeño punto casi imperceptible ha sido suficiente para reparar sus fuerzas y cambiar en alegría su desesperación; las caballerías alargan el paso, porque también ellas saben que la terrible jornada va á tener pronto fin.

Los seres orgullosos sienten remordimientos por una acción que en su concepto los ha humillado, como los justos cuando han faltado a la humildad. En su interior confesaba que había dado un paso en falso.

La chica era confianzuda, inocentona, de estas que dicen todo lo que sienten, así lo bueno como lo malo. Sigamos. Pues señor... al tercer día me la encontré en la calle. Desde lejos noté que se sonreía al verme.

En lucha con el enorme pino, que desde muchos siglos vivía libremente en las faldas del monte, se sienten poco á poco poseídos de ese furor que se apodera siempre de los hombres consagrados á destruir otras existencias.

En suma, los animales no son máquinas, sino que tienen alma, aunque no sea inmortal, sino perecedera, y piensan y discurren, y sobre todo sienten y padecen, que es lo que importa afirmar aquí. Al matarlos, pues, para comérnoslos, no procedemos con ellos amable y generosamente.

Estas nos miran; sonríen unas veces, amenazan otras, pero viven nuestra vida, sienten con nosotros, ó por lo menos así se cree, y el poeta que las canta les da alma humana.

Se ha observado con mucha verdad que las masas tienen una tendencia al despotismo; esto dimana de que sienten su incapacidad para dirigirse, y naturalmente buscan un jefe: la que se experimenta en la guerra y la política, se nota tambien en las ciencias.

Al recorrerlo, el alma no experimenta ninguna emocion, y se sienten casi los estremecimientos de la carne como si detras de cada puerta estuviese dormida entre flores y perfumes, sobre un lecho de mármol, una princesa ó esclava desnuda, de ojos ardientes y cabellera de ébano....

Y el libro ha salido triunfante de la prueba. Yo soy quien me quedo con el sentimiento de no haberle disfrutado con fruición espontánea y sincera, sin pensar ni en la crítica ni en el público, dejándome llevar sólo por la magia del relato y por las dulces memorias que en mi espíritu evocaba. ¡Duro e impertinente oficio el del que intenta razonar su propia impresión y la impresión ajena, para ahuecar luego la voz y decir solemnemente al público lo que mucho mejor sienten y mucho mejor expresaran, si tal expresión cupiese en palabras, los críticos que no escriben, los espíritus delicados y rectos a quienes no aqueja la comezón de hacer confidente suyo al público, y que por lo mismo rinden al autor, a quien admiran con admiración silenciosa, tributo más de agradecer que el de vanos artículos encomiásticos!

En cuanto se ve sola con Juan, le murmura en tono de súplica: Ve a buscar las canciones. Entonces se sientan en un rincón retirado, y juntan sus cabezas; durante la lectura sienten con delicia que un estremecimiento de voluptuosidad les recorre el cuerpo. He aquí, en primer lugar, esa poesía extraña: EL CONDE ORSINSKI A SU AMADA