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Pero ¡cuán inflexible y grosera nos parece su obra! ¿Qué se hizo de aquel aroma poético, ya tierno, ya apasionado con violencia, que respiramos con fruición y con ansia en la comedia española?

Caminando aprisa, Delaberge encontraba mayor frescor en la verdura de los prados, un sabor mucho más dulce en el aire que respiraba. Los argentinos sones de las campanas del pueblo, volando por encima de los bosques, le mecían alegremente, mientras iba saboreando con fruición los recuerdos de su anterior visita.

Pero él no habría hecho aquella pintura alfeñicada y femenina, aquella pintura sin contraste y sin misterio. Sentía desde niño la fruición de los interiores sombríos, donde las pupilas descansan de la refracción implacable de las tierras y un solo rayo de sol revela bruscamente el color y la forma.

Yo no llevaba encima más que mi estilete; me lancé en persecución del asesino le alcancé cerca de una roca. El era fuerte y vigoroso, pero la sangre de mi padre había manchado mis ropas... y le degollé con fruición. He aquí cómo abandoné Italia con mi pobre Sed'lha ¿qué habrías hecho , Blasillo?

Ya el cuerpo de la sarracena le dejaba en el sentido un olor imaginario de untura brujeril y de husmo. Con qué goce tan grande comenzó a experimentar los primeros impulsos de desapego. Rabiosa fruición de tortura se mezclaba ahora a todas sus caricias.

Tanto como grave repuso Fuertes , no; pero algo que les conviene saber a ustedes por más de un concepto, . «A ustedes» pensó el mozo repitiendo con cierta fruición estas palabras de don Claudio . Luego no va conmigo solo el cuento; y no yendo conmigo solamente, puede ser otro cuento distinto del que tanto miedo me da.

La fluidez, la abundancia, es inimitable; suben, se ciernen en las alturas de la elocuencia y allí se mueven con la facilidad del águila en las nubes... Puede concebirse el uso que harán esos hombres, para quienes hablar es una fruición, del derecho ilimitado de expresar sus ideas.

Doña Manuela contemplaba con fruición este espectáculo.

Volábamos sobre la tendida sabana, gozando de aquella indecible fruición física que se siente cuando se corre por los campos sobre un caballo de fuego y sangre, estremeciéndose al menor ademán que adivina en el jinete, la boca llena de espuma, el cuello encorvado y pidiendo libertad, para correr, volar, saltar en el espacio como un pájaro.

Oyó la orquesta, que seguía imitando a los mosquitos, y al mirar al palco de su marido, vio a Federico Ruiz, el gran melómano, con la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, oyendo y gustando con fruición inmensa la deliciosa música de los violines con sordina. Parecía que le caía dentro de la boca un hilo del clarificado más fino y dulce que se pudiera imaginar.