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Los rios que se enlazan á sus puertas corriendo entre orillas cubiertas de álamos y flores, la Vega que se estiende á sus piés como una alfombra de verdura, la pintoresca sierra sobre cuyas blancas vertientes se destacan sus arboledas y sus muros, los cerros en cuyas cumbres estan sentados su Albaicin y su Alhambra ceñidos de torreones, sus angosturas del Darro donde canta el agua en el fondo del follage, su cielo oriental en que he llegado á descubrir con los ojos de la imaginacion el fantástico paraiso del Profeta, el gorgear de las aves en el seno de sus deliciosas enramadas, la dulce armonía de sus brisas perfumadas por el aliento que despiden sus cármenes floridos, los caprichosos reflejos del sol en las verdes faldas de sus colinas, la melancólica luz de la luna que cruza su horizonte entre coros de estrellas como una reina de hadas entre las vaporosas ninfas de sus lagunas y corrientes, hasta esas mismas noches tenebrosas en que apenas cabe distinguir la silhueta de sus viejos monumentos, han escitado en sensaciones que nunca habia tenido, sentimientos que no habian hecho palpitar nunca mi corazon gastado, ideas que no me hubiera atrevido á concebir ni aun al desbordarse á torrentes mi loca fantasía.

Mejor es que duerman. ¡Para oír lo que se canta en este coro! Ahí está Cristóbal Morales, que hace tres siglos fue maestro de capilla en esta catedral y veinte años antes que Palestrina comenzó la reforma de la música. En Roma compartió la gloria con el famoso maestro. Su retrato está en el Vaticano, y sus Lamentaciones, sus motetes, su Magnificat, duermen aquí olvidados hace siglos.

Pues yo les voto a tal que si me traen a las manos otro algún enfermo, que, antes que le cure, me han de untar las mías; que el abad de donde canta yanta, y no quiero creer que me haya dado el cielo la virtud que tengo para que yo la comunique con otros de bóbilis, bóbilis.

Aun no acababa bien estas razones, Y un indio cano viejo se levanta, Que aunque en la junta estaba, y escuadrones, Su vida es diferente y aun espanta. El caso que diré yo sin ficciones Será, que aunque mi musa en verso canta, Escribo la verdad de lo que he oido, Y visto por mis ojos y servido. El viejo con modestia así decia, Pidiendo que atencion le sea prestada.

Esta es su bandera que ha perdido a principio del combate, y que «va a recobrar dice a sus soldados dispersos aunque sea en la puerta del infierno». La muerte, el espanto, el infierno, se presentan en el pabellón y la proclama del general de los Llanos. ¿Habéis visto este mismo paño mortuorio sobre el féretro de los muertos cuando el sacerdote canta Portæ inferi?

¡Hola! exclamó el clérigo con sonrisa feroz, parece que ya no cantas, tan alto... ¿Qué tiene el gallo que no canta? ¿Qué tiene el gallo que no canta, guapito? Don Benigno avanzó un paso, y Sinforoso retrocedió otro. La reserva de don Segis avanzó también para conservar la distancia estratégica. ¡Tranquilícese usted, don Benigno! gritó Sinforoso con terror. ¡Si estoy muy tranquilo, guapo!

Y canta en tu loor, oh lengua hispana, del pensamiento alada mensajera, que fulguras, cual límpida custodia de la eterna Verdad, en las conciencias, como el sol en las cúspides altivas donde la tromba y el ciclón fermentan, como el anhelo indígena que fulge en el blasón astral de mi bandera.

¡Oh, virgen china! le dijo el mandarín: ¡digna y piadosa virgen!: en la cocina tendrás siempre empleo, y te concederé el privilegio de ver comer al emperador, si me llevas adonde el ruiseñor canta en el árbol, porque lo tengo que traer a palacio esta noche.

¡Pobre cigarra! ¡Infeliz artista del mundo de las hojas, calumniada en el mundo superior de los hombres!... Como no almacena, es una bohemia indigna de respeto; como se alimenta de miel y canta á todas horas, no trabaja seriamente; como carece de mandíbulas y abandona el sitio á los que se deslizan á traición por debajo de su vientre, los usureros subterráneos, las bestias de patas ganchudas que engordan con los muertos, tienen derecho á robarle su obra.

Al otro día se repite el paseo, y se canta la misa como la tarde antes las vísperas, y a las doce del día se reserva el real estandarte; pero el real retrato permanece descubierto todo el día, el que ocupan en correr en la plaza, en bailes, sortija a la tarde y otras diversiones.