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Ella cantaba, refiriéndose en sus canciones al ruiseñor, a las noches de luna, a las citas deliciosas en el jardín, al amor juvenil, y también las cosas que cantaba producían una impresión de realidad, a pesar de su embarazo y de su rostro envejecido. Y así hasta el amanecer.

El juerguista madrileño tenía que atrincherarse con la elegida de su corazón. ¿Cómo concebir, en aquellos tiempos belicosos, que llegase un día en el que los madrileños pudieran mezclarse en una sala bien iluminada donde hubiese weine, weibe und gesang, esto es, vino, mujeres y canciones?

Luego, para que las cosas que habían oído se les quedasen más vivas en la memoria, hizo á sus neófitos cantar las excelencias de nuestra fe y los vituperios de aquellos dioses, en ciertas canciones que él mismo había compuesto en aquel idioma, de lo cual recibió tanto gusto y contento aquella buena gente, que las quisieron oir muchas veces para aprenderlas, con tanto empeño, que en gran rato no dejaron descansar á los cantores.

Sonaban los pitos; el vocerío era grande en torno de los ojos inflamados de los coches, y el público esperaba impacientemente el momento de emprender el viaje, entonando canciones a coro, en las cuales, sobre las voces aguardentosas, destacábanse otras jóvenes, claras, argentinas.

12 Y robarán tus riquezas, y saquearán tus mercaderías; y arruinarán tus muros, y tus casas preciosas destruirán; y pondrán tus piedras y tu madera y tu tierra en medio de las aguas. 13 Y haré cesar el estrépito de tus canciones, y no se oirá más el son de tus vihuelas.

Sus ojos, como los de Laura, inspiran platónicos y casi místicos afectos, y hacen que un moro, como Ibn Zeidun, escriba canciones más finas que las del Petrarca, merced a la princesa Walada, que era asimismo poetisa.

Todo marcha aquí al vapor desde que ella tiene la dirección de la casa... Es viva como una ardilla, y está en pie desde el alba; y siempre contenta... siempre entonando canciones y soltando gritos de alegría. Al dirigirse al molino, los dos hermanos ven pasar por arriba de ellos, rozando sus cabezas, un tronco de zanahoria. Martín se vuelve riendo, y hace con el dedo un ademán de amenaza.

La batalla de Lácar no hizo más que enriquecer el repertorio de las canciones de la guerra con una copla que más que para soldados parecía escrita para el coro de señoras de una zarzuela, y que decía así: En Lácar, chiquillo, Te viste en un tris, Si don Carlos te da con la bota Como una pelota, Te envía a París.

Eran jóvenes de Palma que después de recorrer la ciudad disfrazados de berberiscos pensaron en «la francesa», avergonzados sin duda del aislamiento en que la tenían las gentes. Llegaron a media noche, turbando con sus canciones y guitarreos la calma misteriosa del convento, haciendo aletear medrosos a los pajarracos albergados en las ruinas.

Un halcón que acababa de devorar a su apresada víctima, se fijó en Jacobo Melín con sorpresa porque debió reconocerle probablemente un cierto grado de parentesco, al mismo tiempo que la superioridad del hombre, ya que con una capacidad superior para la rapiña, a él no le era dable entonar canciones. De nuevo don Jacobo en el camino real, emprendió otra vez rápida marcha.