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Como Adriana advirtió que Laura iba a intervenir, acaso para desviar la conversación, le tomó rápidamente las manos: "Óyeme, óyeme, murmuró te preguntaré una cosa". Pero no tenía idea de preguntarle nada y sólo, , el propósito de impedir que se interrumpieran las revelaciones de Carmen. Porque cuando habla con Laura tiene un modito de mirarla...

Solicitó y obtuvo para su hermano el destino de gerente de una pequeña sucursal del Banco de la Nación, en el Tandil, interesante pueblo de la provincia de Buenos-Aires. Y fuese con él y con Coca a establecerse en el pueblo. Adolfo había protestado. Yo no puedo permitir, Laura, que vayas a soterrarte, en plena juventud, en un pueblo de campo.

No me conocerás hasta el momento de la liberación. Mañana, Laura; mañana, Elena; sabrás qué vínculos nos unen... Tengo que apartarme de ti, hija mía; podría sucumbir a una tentación que nos sería fatal a las dos. Duerme, duerme en paz... mañana un nuevo sol lucirá para ti y para . Y huyó rápidamente del cuarto, cerrando la puerta tras .

En verdad ella también creía sentir que Laura era su única amiga. En ese momento la imagen de Julio pasó por su espíritu, primero en la actitud inmóvil con que escuchara, las manos en los bolsillos, como si estuviera solo, la conversación sobre la abuela, y luego su cara de ingenuidad y de dolor, mientras empapaba su pañuelo en agua de colonia. ¡Cómo lo adoró, en ese instante!

¡Laura... Elena...! exclamó la viuda completamente vuelta en . ¡No llames madre a esa mujer! Ven aquí, sobre mi corazón, querida mía... Pero calló de pronto, por el temor de que una revelación inesperada fuera a causar a su hija una emoción fatal. ¡Oh Marta! ¡Vos aquí! ¡Ahora ya no me puede suceder nada malo! exclamó la joven arrojándose en sus brazos.

En todo caso, se me ocurre prepararle unas empanadas de vigilia, de esas «especiales» que yo amasar... ¡Por Dios, Coca! exclamó alarmada Laura. ¡No vayas a mandar empanadas de vigilia! ¡Mira que hemos pasado la Cuaresma! ¡Empanadas de vigilia o cualquier otra cosa! ¡Mañana mismo las tendrá Vázquez en tu nombre!..... afirmó Coca con decisión.

Hasta el retrato del dueño de la casa, al óleo, detestable, colgado en la pared principal, rebosaba satisfacción en su acaramelado semblante. «Estoy hablando», decía Relimpio siempre que lo miraba. Frente al retrato había una laminota, en la cual D.ª Laura se inspiraba siempre para increpar a su marido.

Los hubiera visto un momento antes de que usted llegara. ¡Con qué pasión dolorosa se besaron, obligados por ! Sacudido por estas últimas palabras, Muñoz se adelantó, sin responder a Laura, y tocó el hombro de Adriana. Pero su gesto autoritario no correspondía al verdadero estado de su espíritu.

Á la pobre Laura se le encendió el rostro. Quedó confusa y temblorosa, y no supo más que decir mientras trataba de sustraer su mano á las apasionadas caricias del mayordomo: ¡No, eso no... eso no! Lo que cuesta un perro de caza.

Laura siguió bajando. Pero cuando ya se dirigía a su habitación, donde hubiera sorprendido a las lectoras de su diario, oyó sonar el timbre de la puerta de calle. Entró Julio. No cambió la mirada de Laura. ¿Quiere subir ya? Algo enferma está hoy abuelita. ¿Por qué tantos días sin venir? Y su voz, arrastrando ligeramente las sílabas, tenía un dejo resignado, manso. Se sentaron.