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El solitario laguito, por cuyas orillas giran dos caminos carreteros, y en cuyas claras ondas reposan algunos barquichuelos perdidos entre juncos á la vera de puertecitos que no carecen de gracia, mide apénas 5 kilómetros de longitud, como 2 y 1/2 de anchura y unos 18 metros de profundidad.

Para formar concepto cabal de dicha idea y de sus relaciones con la realidad, véase lo que se dijo en el libro V al tratar de la idea del ente. Nunca se puede encarecer demasiado la necesidad de adquirir ideas claras y distintas sobre esta definicion; porque es indudable, que aquí se encuentra el orígen del error de los panteistas y el secreto para no dejarles adelantar un solo paso.

BIZCOCHO DE ESPUMA. Se baten muy bien doce yemas de huevo con doscientos cincuenta gramos de azúcar; una vez batidos se agregan las doce claras a punto de merengue, se mezcla todo bien y se añaden ciento veinte gramos de harina y noventa de fécula de patata; si se quiere, se aromatiza con vainilla y se pone al horno poco más de un cuarto de hora.

Allá abajo, entre humo, en una capa de aire viciada por innumerables respiraciones, algo blanquecino indica una gran ciudad. Casas, palacios, altas torres, cúpulas se funden en el mismo color enmohecido y sucio, que contrasta con las tintas más claras de las campiñas vecinas.

Se adaptan bien; se espolvorean con azúcar y canela y se les pasa por encima la pala candente. TORTILLA CON DULCE. Se trabajan bien cuatro yemas con cincuenta gramos de azúcar molida; se añaden las claras batidas a punto de nieve, cincuenta gramos de harina y un vaso de nata bien batida.

La eternidad de los castigos infernales fue muy pronto una idea vertiginosa, que anonadaba su mente. Entretanto, Jesús y la Virgen ya no eran las claras figuras desprendidas de los cuadros de Italia, sino luengos y pálidos espectros, bañados en un sudor de purgatorio, y cuyas pupilas parecían contemplar continuamente el dolor de las ánimas condenadas.

Y tercera, en fin, y de ésta me asombro más que de las otras todavía, de ese apego que todos tienen sin embargo a esta vida tan mala. Esto último bastaría a confundir a un ateo, si un ateo, al serlo, no diese ya claras muestras de no tener su cerebro organizado para el convencimiento; porque sólo un Dios, y un Dios Todopoderoso, podía hacer amar una cosa como la vida.

Respondía ella con otro gesto que, cuando menos, significaba que había comprendido la pregunta; y algo parecido le ocurría a su marido con los hombres políticos, que casi le formaban un cortejo diariamente desde lo de la herencia, y poco más o menos le sucedía a la hija con sus amigas; sólo que éstas eran más claras en el preguntar, y ella menos encogida en el responder, por lo mismo que estaba bien persuadida del destino de aquellos despilfarros, desde que su madre apuntó en la calle de Hortaleza la necesidad de vivir en casa de mayor calibre.

La unión nefanda de estos dos vocablos, bárbaro el uno, helénico el otro, merece la execración universal; pero no importa. Adelante. Contraviniendo la voluntad y las amonestaciones claras del Excmo. Sr. La prisionera del Sátiro no podía resistir ya el anhelo de expansión, de correr libremente, de ser dueña de misma un día entero, y, principalmente de darse el gusto de la desobediencia.

¿Cómo que no? ¿Por qué? Con mi oficio, ¿cómo quiere usted que yo vaya a la iglesia? Pero irá usted a confesar. No. Las respuestas eran bien claras. Iluminada por la luz eléctrica, la testigo parecía de mejor color y más joven, acaso también a causa de la emoción. A cada una de las respuestas, el público se miraba, divertido, risueño.