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12 los hijos de Azgad, mil doscientos veintidós; 13 los hijos de Adonicam, seiscientos sesenta y seis; 14 los hijos de Bigvai, dos mil cincuenta y seis; 15 los hijos de Adín, cuatrocientos cincuenta y cuatro; 16 los hijos de Ater, de Ezequías, noventa y ocho; 17 los hijos de Bezai, trescientos veintitrés; 18 los hijos de Jora, ciento doce;

Algo delante elévase una colosal estatua, una Bavaria de noventa y dos pies de altura, erguida sobre el último rellano de una de esas grandes escalinatas tan melancólicas que ascienden al descubierto entre el verde follaje de los jardines públicos.

Ha sucumbido a sus penas mejor que a sus años. La triste idea de que no he de volverla a ver en este mundo, me asusta cuando fijo mis ojos en la tierra. Mi abuela vivió hasta los noventa y dos años, yo esperaba igual longevidad para mi madre. Parece que en su testamento, que no ha podido firmar, ha favorecido a mi hermana.

Sobre su fondo, que no iba más allá de noventa metros, se alborotaban las aguas á impulsos del vendaval, levantando tantas olas y tan apretadas, que al chocar unas con otras, no encontrando espacio para caer, se remontaban formando torres. Este golfo era el rincón más temible del Mediterráneo.

Me acometió un impulso de arrojarme sobre aquel hombre soez. No dudo que el poeta lo hubiera hecho, por más que llevaba noventa y nueve probabilidades contra una de que el clérigo le aplastase; pero el hombre práctico que en reside me hizo ver inmediatamente los gravísimos inconvenientes de aquel acto, que daría muy bien al traste con todos mis planes, y me decidí a tomar el sombrero y salir.

Del otro, llamado Cucutades, vino su capitán Omate, que fué el que el año pasado había echado á los Padres de todas sus tierras, y traía nueve familias de sus vasallos, que eran cuarenta y dos almas. Los noventa y dos, pues, sin ser llamados ni convidados ahora se vinieron huyendo de los Ugaranós que les hacían guerra y dijeron que tras ellos vendrían los demás.

Campos Marquetti defiende la Ley Morúa. Nuestro Corresponsal, con sus disparos de Shrapnell criollo, causó ciento noventa muertos vistos al enemigo y ocupó el dedo gordo del pie derecho de un cabecilla. Todo esto y mucho más hubiera podido anunciar á mis ansiosos lectores, y para ello habría bastado que un grupo de alzados detuviera el tren.

22 Y el capitel de bronce que estaba sobre ella, era de altura de cinco codos, con una red y granadas en el capitel alrededor, todo de bronce; y lo mismo era lo de la segunda columna con sus granadas. 23 Había noventa y seis granadas en cada orden; todas ellas eran cien sobre la red alrededor.

16 Y vivió Mahalaleel, después que engendró a Jared, ochocientos treinta años; y engendró hijos e hijas. 17 Y fueron todos los días de Mahalaleel ochocientos noventa y cinco años; y murió. 18 Y vivió Jared ciento sesenta y dos años, y engendró a Enoc.

El consumo diario de harina empleada en hacer pan, tortas, bollos y pasta frolla o flora, era de noventa coros, o sea cuarenta y cinco cahíces, de doce fanegas se entiende. Así es que en el palacio de Salomón hasta el último pinche se regalaba a pedir de boca y estaba gordo y lucio. Las mujeres, tanto por naturaleza cuanto por los afeites que usaban, parecían celestiales y de variadísimo mérito.