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El consumo diario de harina empleada en hacer pan, tortas, bollos y pasta frolla o flora, era de noventa coros, o sea cuarenta y cinco cahíces, de doce fanegas se entiende. Así es que en el palacio de Salomón hasta el último pinche se regalaba a pedir de boca y estaba gordo y lucio. Las mujeres, tanto por naturaleza cuanto por los afeites que usaban, parecían celestiales y de variadísimo mérito.

Para ganarse la voluntad y excitar el celo de ambas Juanas, les llevó don Paco, envuelto en un pañuelo y sin que los profanos viesen lo que llevaba, un cestillo lleno de fresas, fruta muy rara en el lugar, y para mayor esplendidez sacó, además, del bolsillo del holgado chaquetón que solía vestir a diario, nada menos que tres bollos del exquisito chocolate que solía hacer doña Inés en su casa, y del cual había regalado a su padre una docena de bollos de cuatro onzas cada uno.

Hasta que fueron a la cocina del palacio, donde estaban guisando pescado en salsa dulce, e inflando bollos de maíz, y pintando letras coloradas en los pasteles de carne: y allí les dijo una cocinerita, de color de aceituna y de ojos de almendra, que ella conocía el pájaro muy bien, porque de noche iba por el camino del bosque a llevar las sobras de la mesa a su madre que vivía junto al mar, y cuando se cansaba al volver, debajo del árbol del ruiseñor descansaba, y era como si le conversasen las estrellas cuando cantaba el ruiseñor, y como si su madre le estuviera dando un beso.

El pródigo D. Francisco Hurtado llenó de bollos de estuco y escayola todo el cornisamento y toda la cúpula de la cámara principal, que es de planta ochavada, así como los arcos de cada uno de sus siete frentes, los medallones de los altares, las repisas de los entrepaños, todo en suma cuanto perfiló su lápiz en el papel al hacer la reparticion de miembros de su proyecto.

Su cayado fulminante, cortado en el monte Raigoso, abatía cuanto encontraba delante. Imposible contar el número prodigioso de bollos y tolondrones que aquel mortífero instrumento causó en breve tiempo. No era un arma en sus manos, sino rayo fragoroso, resonante, que sembraba el terror y la alarma por doquiera que pasaba. ¿Á quién sacrificaste , impetuoso Celso, honor y gloria de mi parroquia?

Nosotros dos solos, y sin dar parte a nadie, nos comimos el divino chocolate y los bollos de la Madre Transverberación. Todo el ejército tenía gran impaciencia por venir a las manos con la canalla.

Entonces observo yo filosóficamente , ¿no les tendrá casi cuenta ir a Madrid? Claro replica una de las viejas , como que en la posada y el borrico se lo dejan todo. Y la otra, bajando la voz e inclinándose hacia , añade confidencialmente: Pero hacen muy mal el género; ponen en los bollos poco aceite y mucha clara, y al respective del azúcar, lo merman todo lo que pueden...

Ya está aquí... Gracias, señora Catana: bien que la culpa no es suya ni de la cocinera, sino de nuestro madrugón, inesperado en la cocina... ¡Ea! don Claudio, adentro con eso... No tienen mala traza esos bollos. Hombre, ¿qué tal se anda aquí de pan? Bastante bien, como de carne y de leche... y de confituras. Pues estamos como queremos... Si te digo, Nieves, que esto de Peleches es Jauja...

BOLLITOS AL HORNO. Se toman medio kilo de harina, dos huevos, sal, media copa de leche, cuatro cucharadas de azúcar, una cucharadita de bicarbonato y setenta gramos de mantequilla; se trabaja todo unido, y cuando la masa está fina, se deja un par de horas reposando; después se afina bien con el rollo, y se hacen los bollos y cuecen al horno.

Después tornó á la alacena y fué sacando con calma y poniendo sobre la mesa un gran pedazo de salchichón, dos bollos de pan y una botella de vino. Octavio le dejó hacer, mirando todo aquel aparato con ojos resignados. Comprendió que el cura no escucharía una palabra si antes no tomaba algo.