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Al verme vivo y sin ti, pensé que Dios me había devuelto la vida para castigarme; pero ahora que te encuentro, alabo a Dios porque veo que no una, sino dos veces, me ha dado la vida. ¿Debo salir de aquí? ¿Debo hacer lo que me mandan esas señoras? me preguntó Inés con impaciencia, porque temía la vuelta de la Madre Transverberación. Si, Inés, sal de aquí.

Nosotros dos solos, y sin dar parte a nadie, nos comimos el divino chocolate y los bollos de la Madre Transverberación. Todo el ejército tenía gran impaciencia por venir a las manos con la canalla.

¿Qué risas tan mundanas son ésas? dijo la Madre Transverberación . Es la primera vez que se ríe usted de ese modo en esta casa. ¿Qué pasa para tanta alegría?... Adentro, niña, adentro; daremos parte de este inaudito desenfado a la Madre Abadesa. Cerróse el locutorio y salí a la calle.

Condesa no lo recibe esta tarde, se enojará mucho, y me será difícil convencerla de que no quiero dejar nunca más esta santa morada. Voy por él..., ¡qué niñas éstas! Dejónos solos la Madre Transverberación, y entonces hablé así: Inés mía, estoy vivo, he resucitado. Salí vivo de aquel montón de muertos, donde perdimos para siempre a nuestro buen amigo don Celestino.

Yo se lo besé, se lo mordí tan sin pensarlo, que ella no pudo contener un ligero grito, a punto que la Madre Transverberación regresaba con el chocolate y los bollos. ¿Qué es eso, niña? preguntó la vieja, asombrada de oírla chillar. Nada, Madre Transverberación.

Madre Transverberación dijo Inés con voz más entera , el chocolate y los bollos que han hecho sus mercedes ayer para la señora Condesa, ¿dónde están? ¿Los ha traído su merced? No por cierto. ¡Si tuviera su merced la bondad de ir a buscarlos para que los lleve este mozo...! Bien pudo usted haberlos traído replicó gruñendo la vieja. Si la Sra.