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Recordaba con rabia la dependencia servil con que el interés y la gratitud le tenían ligado al cacique, el yugo antinatural que le había impuesto su hija, los desdenes que Juanita le había prodigado y los favores con que a don Andrés regalaba.

Yo también voy á engalanarme, á prenderme las hermosas joyas que me has regalado. La doncella, escandalizada, se fué á decir á los demás criados, al rodrigón, á la dueña y al escudero, que su dama había recibido á solas á un caballero que la besaba, y lo que era peor, que la regalaba joyas.

Podéis dormir al abrigo de los malos espíritus. ¿Quiere, vuestra merced, el ? Tráelo, Sa-Tó. Después de bebernos una taza, conversamos largamente sobre el vasto plan: a la mañana siguiente llevaría la dicha y la tranquilidad a la triste choza de la viuda de Ti-Chin-Fú, anunciándole los millones que le regalaba, millones ya depositados en Pekín.

Tuve excelentes maestras decía Leonora al recordar aquel período de su juventud. Eran buenas en el fondo, pero con ellas nada quedaba por aprender. No recuerdo cuándo abrí los ojos. Creo que no he sido nunca inocente. Algunas noches la llevaba el doctor a su tertulia del café o a la galería alta de la Scala si algún músico le regalaba billetes.

Lo demás lo regalaba a Pep y la escopeta a su hijo, riendo del gesto del pequeño seminarista ante este presente, que llegaba algo tarde... Ya cazaría, con ella cuando fuese cura de uno de los cuartones de la isla. Volvió a sacar del bolsillo la carta de Valls, complaciéndose en leerla lentamente, como si cada vez encontrase en su texto nuevas noticias.

En el despecho de perder todo este imperio que la fortuna regalaba a tu familia en fraude de la suya propia, los príncipes Almohades dejaron invisibles todos sus tesoros y riquezas en las mansiones subterráneas de estos inmensos alcázares y palacios, con tales artes y por tales secretos cabalísticos, que sólo Soleimán, o quien su anillo posea, pudiera haber a la mano y apoderarse de tanto encantado tesoro.

Cuando Ramiro penetró en la cuadra de las pinturas, Blázquez Serrano regalaba a sus amigos con la sorpresa de un nuevo cuadro adquirido en la corte. Algunos decía lo atribuyen a Rafael de Urbino, y a mi fe, yo veo patente en este lienzo su sabio colorir y su consumada maestría de los perfiles.

Hay quien le concede mucha importancia a un puerto, aunque sólo sea de trescientas o cuatrocientas mil pesetas. Sin embargo, es mucho más fácil que un amigo le a uno un puerto que no una escribanía de bronce. A veces, para captarse la buena voluntad del ministro, el diputado pedigüeño le regalaba una caja de puros. ¡Una caja de puros por un puerto! Otras veces no había puertos disponibles.

Fueron tan duras y crueles las últimas frases, que D. Valentín estuvo á punto de alzar bandera de rebelión, armar en la calle la de Dios es Cristo y contestar á su mujer lo que merecía; pero el olor de mil flores regalaba el olfato; la gente pasaba con alegre aspecto; el día estaba hermosísimo; la paz reinaba en el cielo; un fresco vientecillo primaveral oreaba y calmaba las sienes más ardorosas; la familia de Solís iba al incruento sacrificio de la misa; Clara marchaba delante tan linda y tan serena: ¿cómo turbar todo aquello con una disputa horrible?

Estas aseveraciones parecerían fabulosas si todos los historiadores no estuvieran uniformes en ellas. Cuando algún español, principalmente andaluz o castellano, solicitaba un socorro de Salcedo, éste le regalaba lo que pudiese sacar de la mina en determinado número de horas. El obsequio importaba casi siempre por lo menos el valor de una barra, que representaba dos mil pesos.