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Blasco Ximeno, el del reto; Ximena Blázquez, la de los sombreros, y el famoso Nalvillos, casado con la mora Aja Galiana, y casi tan famoso como el Cid, eran sus antepasados.

Una vez en la calle, la hija de don Alonso apoyose contra el respaldo de la silla para contrarrestar el vaivén, y, al lento paso de los silleteros, cruzó entre la muchedumbre, tiesa y vistosa como una imagen, la boca pía, los ojos recoletos. Un lacayo llevaba por delante la almohada postratoria con el escudo de los Blázquez ricamente bordado.

La intimidad de Blázquez Serrano con los culpables hacía verosímil la denuncia, con sólo presentarle como a uno de esos vasallos hipócritas que dan su sonrisa al monarca y el corazón a los rebeldes, y se hacen encontradizos en palacio, justamente cuando va a estallar en algún punto del reino la mina que ellos mismos ayudaron a socavar. Una carta de su maestresala trájole la primer advertencia.

Pero él rechazaba con indignación estos discursos, reconociendo la elocuencia acomodaticia del Tentador. En cuanto a Beatriz, no había para qué seguir pensando en ella. Lo que él buscó ya estaba conseguido. Había humillado a su rival y mostrádole que, si él lo quisiera, la hija de Blázquez Serrano sería su desposada. ¿A qué más?

Cuando Ramiro penetró en la cuadra de las pinturas, Blázquez Serrano regalaba a sus amigos con la sorpresa de un nuevo cuadro adquirido en la corte. Algunos decía lo atribuyen a Rafael de Urbino, y a mi fe, yo veo patente en este lienzo su sabio colorir y su consumada maestría de los perfiles.

Después de residir en Avila más de nueve años, la única persona con quien don Íñigo osó estrechar amistad fue el caballero don Alonso Blázquez Serrano. Como sus heredades en el Valle-Amblés estaban contiguas y sus mujeres habían pertenecido a la misma familia de los Aguilas, no tardaron en conocerse. No había en la nobleza comunal abolengo más preclaro que el de los Blázquez.

Azores de Noruega, de Cerdeña, de Esclavonia; y aquellos que hizo traer de Algeciras don Alonso Blázquez Serrano, más chicos que los otros, pero que bajaban dos ánades a un tiempo y apresaban la liebre sin la ayuda del galgo. Allí dos halconeros, por distraer a la muchedumbre, le ponían y le quitaban el capirote a un rabioso gerifalte.

La famosa proeza de Ximena Blázquez fue referida sobre uno de los inmensos torreones de la Puerta de San Vicente; y ya Ramiro no alzaba los ojos a la muralla que no recordase el ardid de aquella hembra que, en ausencia de los caballeros, viendo llegar a los moros almoravides, subió a las almenas con las mujeres de la población todas cubiertas de barbas y sombreros, consiguiendo amedrentar de esta guisa a los infieles, que se alejaron a escape de la ciudad, creyéndola bien defendida.

Su ser estaba suspenso entre el regocijo y el temor, esperando la palabra o el gesto que expresaría para ella todo el bien o el mal que la vida podía reservarle. En ese momento un lacayo penetró presuroso en la cuadra anunciando que don Alonso Blázquez subía las escaleras.

Van diciendo algunos que el Rey quiere hacelle regidor, a pesar de sus pocos años, y que, si esto sucede, don Alonso Blázquez le dará su hija Beatriz en matrimonio. Su padre don Felipe es gran caballero y fiel servidor del Rey y de la Iglesia. Luego, mirando un almendro que asomaba por detrás de un tejado y cuyos gajos comenzaban a cubrirse de flores, agregó: Agora llega la estación libidinosa.