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La famosa proeza de Ximena Blázquez fue referida sobre uno de los inmensos torreones de la Puerta de San Vicente; y ya Ramiro no alzaba los ojos a la muralla que no recordase el ardid de aquella hembra que, en ausencia de los caballeros, viendo llegar a los moros almoravides, subió a las almenas con las mujeres de la población todas cubiertas de barbas y sombreros, consiguiendo amedrentar de esta guisa a los infieles, que se alejaron a escape de la ciudad, creyéndola bien defendida.

Las razas que alternativamente se apoderan del trono cordobés, no dejan en la mezquita la menor huella: pasan todas por delante de la gran fábrica silenciosa, como las espumantes olas de un rio desbordado que con imponente murmullo se empujan sin batir la dura peña de la orilla; y el incomparable edificio de los Abde-r-rahmanes y Al-hakemes se mantiene intacto, sin que al parecer introduzcan modificacion alguna en él los almoravides ni los almohades, esperando el término del castigo que sufre la grey de Cristo y el momento de volverse á enarbolar la triunfante enseña de la redencion sobre las columnas que habian sustentado el templo de Jano .

Saliste del poder de los almoravides para entrar en el de los almohades: desplomóse el imperio de los almohades, y tampoco supiste reconquistar tu independencia. Formáronse en España varios reinos como á la caida de tus Ommyadas: ni voz tuviste para recordar tus derechos.

Y, por último, en la época de las dos primeras grandes invasiones africanas, la de los almoravides y la de los almohades, que en España prevalecieron y duraron, el elemento arábigo entró por muy poco. Los invasores y dominadores de España fueron africanos bárbaros, que no pudieron traer ni trajeron ningún principio civilizador á nuestra Península.

El reino de Córdoba dependió luego de los amires de Sevilla, y á fines del siglo XI pasó bajo el imperio de los amires de Africa, almoravides y almohades. Poseianle estos últimos cuando en el primer tercio del siglo XIII se rindió á las armas de D. Fernando el Santo.

Vivian los mozárabes de Córdoba bajo los almoravides pacífica y cómodamente, aunque cautivos.

Así vencimos, sin distinción de moros y cristianos, en Roncesvalles a las aguerridas huestes del emperador Carlo Magno; en no pocos puntos de nuestro litoral, a los terribles piratas normandos, idólatras y feroces; y en cien reñidas y sangrientas batallas, como las Navas de Tolosa y el Salado, a todo el poder fanático de Africa; a la ingente muchedumbre de almorávides, almohades y benimerines, que se volcó sobre España en sucesivas y devastadoras invasiones.

Dos cosas demandó el conquistador castellano á Almu'tamed: que le diese á Medina-Azzahra para residencia de D.ª Constanza que iba en su compañía, y que le dejase libre una parte de la mezquita mayor para trasladarse á ella la reina diariamente y dar allí á luz el fruto que llevaba en sus entrañas . Indignado el sarraceno dió la muerte por su propia mano al judío portador de tan insolente mensaje, y no contribuyó poco este atentado á que D. Alfonso, ardiendo en sed de venganza, estrechase á Almu'tamed con tan poderosos medios, que le hiciese preferir el entregarse con el ruinoso Estado andaluz en brazos de los almoravides.

Al lado del rey Alfonso VI de Castilla combatieron como héroes mis antepasados, contra la bárbara invasión de los almoravides, en la sangrienta rota de Zalaca. Yo cuento en mi familia inspirados poetas y admirables filósofos y teólogos, gloria de la Sinagoga española y de todo el judaísmo. Entre ellos descuella Jehuda Leví, el Castellano, a quien Heine celebra con entusiasmo fervoroso.

Ya el conde D. Fernando Gomez saca de la ciudad, que todo el orbe católico mira como el mas glorioso panteon de mártires despues de Roma, las preciadas reliquias de dos insignes santos , sin que osen estorbarlo los islamitas; ya D. Alfonso VI en 1108, por vengar la muerte de su hijo D. Sancho en Uclés, hace quemar á las puertas mismas de la orgullosa corte á su gobernador Abdalla con otros veintidos capitanes, á quienes logra envolver en una batalla, y obliga á los pobladores á que le entreguen mil y setecientos cautivos cristianos, con todo lo que pertenecia á los almoravides sus auxiliares.