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Juan Bou ha pedido ayer la mano de la hija de un herrero muy rico de la calle de las Navas de Tolosa; él mismo me lo ha dicho». Isidora meditó. La primera entrevista que tuvo con la Sanguijuelera después del atentado de Mariano fue conmovedora.

Tal vez hay mucho de chiste y de broma en cuanto se alega en favor de las corridas de toros en el precioso libro del señor conde de las Navas. Tal vez en el bellísimo prólogo del mencionado libro, escrito por D. Luis Carmena y Millán, cuya autoridad en tauromaquia es indiscutible y casi infalible, se trasluzca también algo de burla y de ironía.

Antes que el Príncipe viniera, habría un levantamiento general, y los carlistas harían el último esfuerzo. Negaba que D. Alfonso hubiera llegado a Marsella, que se embarcase para Barcelona en la Navas de Tolosa, y viéndolo entrar en Madrid habría de negar que estaba entre nosotros.

A un lado, el buen alfaquí Abu-Walid, inmortalizado en un templo cristiano por su espíritu tolerante. En el lado opuesto, el misterioso pastor de las Navas que enseñó a los cristianos el camino de la victoria, desapareciendo después como un enviado divino: imagen de mísero villano, con el rostro achatado cubierto por un grosero capuchón.

En la batalla de las Navas da el ejemplo metiéndose en lo más recio de la pelea, por lo que el rey, después de la victoria, le da el señorío de veinte lugares y el de Talavera de la Reina. Luego, en ausencia del monarca, el belicoso arzobispo echa a los moros de Quesada y de Cazorla y se apodera de vastos territorios, que pasan a ser señorío suyo con el título de Adelantamiento.

Don Alonso llamó a su hija para que hiciese la reverencia a su pariente el señor Márquez de las Navas. Dos días después, Ramiro recibió de una vendedora de rosarios un favor de raso verde. Beatriz se lo enviaba. El no se atrevió a ponerlo en su gorra, como lo hacían otros galanes amartelados; pero decidió llevarlo consigo entre el jubón y la ropilla.

La marquesa le interrumpió: Ríete cuanto quieras, como te ríes de todo; este es un privilegio que la naturaleza te ha dado, como al sol el de brillar. Pero sabed, don Federico, que ese nombre, tan ridículo a los ojos de mi sobrino, es uno de los más ilustres y más antiguos de España. Debe su origen a la batalla de las Navas de Tolosa...

La mezquita Aljama de Sevilla, de que hoy solo se conserva el altísimo alminar, llamado la Giralda, fué construida por los almohades. Nadie ignora que la derrota que sufrieron los almohades en la sangrienta batalla de las Navas de Tolosa ó Muradal, y con la cual lavó D. Alfonso IX la afrenta recibida en Alarcos, fué la que dió el golpe de muerte al imperio agareno en España.

Hubo, con este motivo, un gran debate matrimonial. La señora quería que el dulce fruto de su amor se llamase Pancracio, nombre que, desde la batalla de las Navas de Tolosa, había sido el de los primogénitos de la familia. Mi tío se empestilló en que el futuro representante de los venerables Santa María no llevase otro nombre que el de su padre, nombre sonoro y militar.

Esta es la mayor alabanza que podemos dar y que damos con sinceridad y satisfacción a la flamante obra del conde de las Navas, muy conocido y celebrado ya en la república literaria, así por otros trabajos de erudición como por sus cuentos y novelas.