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Los edificios públicos, esto es, el Palacio municipal, la Aduana, el Juzgado, la Escuela y el Hospital «Pancracio de la Vega» amanecieron muy adornados con banderas de papel y festones de «rama de tinaja», y así la casa del Alcalde, la de Venegas y la de Jurado. La procesión cívica, o, como dicen en Villaverde, el «paseo», salió muy «rascuacho» y ratonero.

Entre los poetas que aqui vinieron con el señor Pancracio de Roncesvalles, se quejaron algunos de que no iban en la lista de los que Mercurio llevó á España, y que asi vm. no los havia puesto en su Viage.

No digáis en Villaverde que no tiene grandes hombres; no lo digáis, por vida vuestra, porque luego os replicarán mis paisanos, así sean jornaleros, o abogados, o médicos, o propietarios vuestros interlocutores: «¿Y el Señor General Don Pancracio de la Vega? ¿Y el Ilmo y Reverendísimo Señor Don Pablo Ortiz y Santa Cruz, Obispo in pártibus de Malvaria?».... Si está presente el pomposísimo os dirá: «¿El General de la Vega? ¡Gran político! ¡El Mecenas de todos los poetas veracruzanos! ¿Mi maestro el Ilmo Señor Obispo de Malvaria? ¡Gran teólogo!

Repiques y disparos de morterete al amanecer, a medio día y a la caída de la tarde; procesión cívica a las once de la mañana; discurso de Jurado y versos de Venegas en la alameda de Santa Catalina, y fuegos artificiales en la Plaza principal, bautizada ese día con el nombre de «don Pancracio de la Vega». Este era el programa acordado por la R. Junta Patriótica, el cual, impreso en grandes pliegos de papel tricolor, fué repartido profusamente y fijado en todas las esquinas.

Aqui llegabamos con nuestra platica, quando Pancracio puso la mano en el seno, y sacó dél una carta con su cubierta, y besandola, me la puso en la mano: leí el sobrescrito y vi que decia desta manera. A Miguel de Cervantes Saavedra, en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solia vivir el Principe de Marruecos, en Madrid. Al porte: medio real, digo diez y siete maravedís.

Con estas pasamos otras corteses razones, y anduvieron por alto los ofrecimientos, y de lance en lance me dixo: vm. sabrá, señor Cervantes, que yo por la gracia de Apolo soy poeta, ó á lo menos deseo serlo, y mi nombre es Pancracio de Roncesvalles. Miguel. Nunca tal creyera, si vm. no me lo hubiera dicho por su mesma boca. Pancracio. Pues porqué no lo creyera vm? Mig.

Hubo, con este motivo, un gran debate matrimonial. La señora quería que el dulce fruto de su amor se llamase Pancracio, nombre que, desde la batalla de las Navas de Tolosa, había sido el de los primogénitos de la familia. Mi tío se empestilló en que el futuro representante de los venerables Santa María no llevase otro nombre que el de su padre, nombre sonoro y militar.

En oyendo esto, abri luego la carta, y vi que decia. El señor Pancracio de Roncesvalles, llevador desta, dirá á vm. señor Miguel de Cervantes, en qué me halló ocupado el dia que llegó á verme con sus amigos.

Vm. tenga cuenta con su salud, y mire por , y guardese de , especialmente en los caniculares, que aunque le soy amigo, en tales dias no va en mi mano, ni miro en obligaciones, ni en amistades. Al señor Pancracio de Roncesvalles tengale vm. por amigo, y comuniquelo; y pues es rico no se le nada que sea mal poeta. Y con esto nuestro señor guarde á vm. como puede y yo deseo.

Luego se habló de una compañía dramática, recién llegada, y que esa noche daría su primera función en el Teatro Pancracio de la Vega. ¿Irás?... me decían. ¡Buena compañía! Esta noche nos darán «Fe, Esperanza, y Caridad». No queda una butaca; los palcos estarán llenos, y la temporada será magnífica. En aquellos momentos pasaron frente a nosotros las señoritas Castro Pérez.