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Ya es tarde. Mamá madruga mucho a misa y querrá llevarme consigo. Vete. Un poco más, salada. Aún no es media noche. , en la Giralda ha sonado ya la una. Adiós. No; han sido las doce y cuarto... El golpe lento y grave de la campana de la Giralda dio entonces la una y cuarto. ¿Lo oyes? La una y cuarto. Adiós, adiós. ¿Y te marchas así, sin darme la mano?

Una vez me mandó que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es tan valiente y fuerte como hecha de bronce, y, sin mudarse de un lugar, es la más movible y voltaria mujer del mundo. Llegué, vila, y vencíla, y hícela estar queda y a raya, porque en más de una semana no soplaron sino vientos nortes.

Idea general de la ciudad. Panorama circunvecino. El tipo sevillano. Costumbres sevillanas. La ponderada hermosura de Sevilla y de la inmensa llanura que la rodea, me hacia desear vivamente la ocasion de contemplarla en su totalidad. Su situacion y configuracion indican naturalmente la ascension á la torre de la Giralda, ante todo, para admirar el panorama entero á vista de pájaro.

Sus innumerables torrecillas mudéjares, de pizarra y azulejos, brillaban como diamantes, y sobre todas ellas descollaba la formidable y esbelta Giralda, el antiguo y severo alminar de los árabes, con fuerte color anaranjado. El espacio que ocupa en la vega donde está asentada es grande.

Su nariz es bien encantada y tornátil, así como la Giralda de Esbilia; sus ojos son algo rasgados, pero que cada uno será mayor que la bahía de Gadir; sus cejas son dos hermosas selvas de robles y jarales, y todos sus demás adherentes a este tenor. La muchacha quiere casarse, el Alafrit otro que tal, y tu imprevisión le ha llevado la sopa a la miel, el bocado a la boca.

Muy cerca del puente, sobre el puerto mismo, se levanta la linda cúpula dorada de la Torré-de-Oro, que parece cubierta de escamas relucientes. Al pié mismo de la torre de la Giralda veiamos la masa estupenda y romántica de la catedral, cuyas formas góticas y color sombrío la hacian parecer una montaña de granito despedazada en cien picachos, agujas, arcos atrevidos y enormes grietas.

Pasaba así los días tranquilo y contento, sin que nada le conturbase el alma, nuestro mozo, hasta que una mañana entre dos luces, volviendo con otros amigos de inquietar el sueño a un canónigo, no por él, sino por una muy hermosa sobrina suya, a la que habían dado música, Cervantes, que solo hacia su posada se iba, que estaba junto al postigo del Carbón, entre este y el del Aceite, en una mala calleja y con vecindad no muy limpia, al llegar a la puerta del patio de los Naranjos de la Catedral, que al pie de la Giralda aparece, topose con una rica silla de manos que conducían lacayos y resguardaban criados, y que no era otra que aquella en que iba nuestra doña Guiomar de Céspedes y Alvarado, la llamada la hermosa indiana, no embargante fuese hija de Sevilla.

Ni la Alhambra, ni el Alcázar de Sevilla, ni la Giralda, ni otro monumento de la arquitectura sarracena, revelan en España con tanta energía esa tendencia á lo poético y maravilloso y á lo grande en la sencillez de concepcion y formas, que distinguió las obras de los Moros en la península.

Es lindísima prosiguió Rafael , pero decir que es la única, me parece un disparatón de tomo y lomo. El mayor está furioso, y va a ponerle pleito como calumniador, con plenos poderes de la Giralda, que se tiene y se califica por la mejor moza de toda Sevilla.

La mezquita Aljama de Sevilla, de que hoy solo se conserva el altísimo alminar, llamado la Giralda, fué construida por los almohades. Nadie ignora que la derrota que sufrieron los almohades en la sangrienta batalla de las Navas de Tolosa ó Muradal, y con la cual lavó D. Alfonso IX la afrenta recibida en Alarcos, fué la que dió el golpe de muerte al imperio agareno en España.