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Duerme en tanto en el campo de batalla Mientras su patria gime en servidumbre; Mientras la del corazon desmaya Y el hierro se carcome con la herrumbre; Cuando el tirano al vernos en derrota Con su lauro la espalda nos azota! ¿Quién es el vil que ríe, canta y danza Cuando el lamento de la patria suena, A sus hijos llamando á la venganza?

La patria amada, la nefanda guerra, la dulce libertad, la ciencia ignota, de Dios el pensamiento sacrosanto, del despotismo inícuo la derrota, la virtud, el valor, la santa idea de ley y de justicia, el arte, hijo de Dios, ¿son ménos grandes que los sueños que el jóven acaricia? Horas de duda, aborrecidas horas, apartaos de , que ya no os temo sino en recuerdo, como á mal pasado.

Cuadros, a quien la derrota había privado de fuerzas para discutir su pretendida infalibilidad en jugadas de Bolsa, contestaba afirmativamente al viejo y parecía aceptar todos sus consejos; mas no por esto se hallaba menos decidido a seguir a su grande hombre, sosteniéndose a la baja, como medio seguro de conquistar los soñados millones.

-Si así es -dijo el cura-, por la mitad de mi pueblo hemos de pasar, y de allí tomará vuestra merced la derrota de Cartagena, donde se podrá embarcar con la buena ventura; y si hay viento próspero, mar tranquilo y sin borrasca, en poco menos de nueve años se podrá estar a vista de la gran laguna Meona, digo, Meótides, que está poco más de cien jornadas más acá del reino de vuestra grandeza.

Clementina, rechazada con ironía, se había batido prudentemente en retirada; pero una retirada no es una derrota para quien posee una voluntad decidida y nuestra heroína acechaba una ocasión de volver victoriosamente á la carga.

Se diò principio á la marcha, y al fin del segundo rumbo distaba la cerrillada de la derrota que se seguia una legua, y el Salado 3 y media. Al fin del tercer rumbo llegamos

Ya vencía la convicción, y echaba bravatas de pueril orgullo; ya, por el contrario, triunfaba la sospecha, proclamando con gemidos de amargura la derrota de sus vanas grandezas.

Pero el carnicero, que era músico en el alma, había escuchado la discusión haciendo a la vez votos por la derrota de Tookey y la conservación de la paz. Seguramente dijo, entrando en las vistas conciliadoras del tabernero que queremos a nuestro viejo chantre.

La convicción de su derrota le hizo bajar la cabeza tristemente. Los amigos se habían burlado de él: era una broma de las suyas. Y cuando, confesándose vencido, quiso ganar la puerta, su buena hermana no le dejó partir con tanta facilidad.

Concedamos que ha habido culpas, cuyo castigo ha sido nuestra derrota; pero los culpados han sido y son tantos, que lo más prudente no es la absolución, sino la amnistía; olvidar lo que ya pasó, como se olvida el más horrible sueño, y hacer vida nueva.