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Quemóse la trenza, pero en vano esperó días y semanas el retorno del marido, y ya desesperada, fué tanto su odio y la indignación que contra la hechicera estalló en su pecho que, decidida, salió de Sanlúcar y vínose á Sevilla, donde se presentó ante el tribunal de la Inquisición, denunciando á la bruja con todos sus pelos y señales, y haciéndose los siguientes cargos que constan en el traslado sacado de la relación del auto de celebrado el Domingo de Cuaresma última de Febrero del año de 1627, y que no dejan de ser chistosos.

A veces se aleja tanto, que se la llega á creer definitivamente libre de la atracción del remolino y parece decidida á marcharse juntamente con un copo de espuma; pero no; se detiene todavía y luego, como si fuera un barco obediente al timón, vuelve su cabeza hacia la cascada y empieza nuevamente su movimiento giratorio.

Que estoy decidida a regalaros ese molino, Mathys. El intendente lanzó un grito de alegre sorpresa, y tomó entre las suyas la mano de la condesa. ¡Ay, señora, qué generosa sois! dijo . Ahora ya no deploro todo lo que he hecho por vos. ¿Me dais entonces el molino de agua con la granja? ¿Irrevocablemente, en plena propiedad?

La afición decidida a las españolitas era entonces el más pronunciado síntoma y el más elocuente indicio de la posible unión ibérica. El Vizconde, al empezar su narración, sostenía sin rodeos ni disimulos que ocho años antes del momento en que hablaba, había conocido a la Sra. de Figueredo, soltera aún y figurando y descollando entre las españolitas de Lisboa.

En todas las obras de Juan de la Cueva se observa el sello de un talento poético verdadero. De la decidida vocación de este hombre extraordinario á la poesía, dan pruebas suficientes la riqueza de sus invenciones, el brillo de su exposición, la entusiasta animación de sus descripciones, y el fuego y la energía de su lenguaje en la pintura de los afectos.

Luisa tomó una expresión decidida, que hizo sonreír a Hullin; pero aquella sonrisa desapareció súbitamente cuando la joven agregó: Vamos a ir a la guerra..., vamos a pelear..., vamos a batir la sierra... ¿Cómo? ¿Qué es eso de vamos, vamos? exclamó el buen hombre completamente sorprendido. ¡Pues claro! ¿Es que no vamos ya? dijo Luisa con voz que revelaba su contrariedad.

¿Quién penetraba mejor que doña Luz el sentido de todos sus discursos? ¿Quién le seguía mejor, quien se le adelantaba a veces en los vuelos y raptos de imaginación, cuando pugnaba por levantarse a aquellas regiones adonde el prosaico razonamiento no llega? Sin duda que doña Luz. Doña Luz era, pues, para el Padre un ser muy superior a cuanto la rodeaba, y digno de predilección decidida.

Eran sus tertulios asiduos algunos pollastres nuevos, varios gallos conocidos y un número bastante mayor de lindas y feas damiselas que acudían a la casa sedientas de marido. Porque la Niña, en esto como en todo, mantenía religiosamente las tradiciones legadas por su hermana. Era la protectora decidida de todos los noviazgos que se iniciaban en Lancia, por desatinados que fuesen.

Decidida a hablar con su esposo, mandó preguntar si estaba en casa; y cuando la contestaron que el señor no había salido, se encaminó al despacho, donde encontró al duque hojeando el reglamento del Senado.

Buen pechugón se ha dado... exclamó la Superiora . Ya, ¡cómo estará aquel cuerpo con todo ese líquido ardiente! Nunca nos había pasado otra... La arreglaremos, la arreglaremos. ¿Pero viene o no?». Bajaba ya, decidida a abreviar la tardanza del acto de justicia, cuando se oyó un gran tumulto.