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En tan gloriosos días levantáronse Balintawak, Santa Mesa, Kalookan, Kawit, Noveleta y San Francisco de Malabon, proclamando la independencia de Filipinas, seguidos, á los cinco días, por todos los demás pueblos de la provincia de Cavite; sin que para ello existiera concierto prévio para ejecutar el movimiento, atraídos sin duda alguna por el noble ejemplo de aquellos.

Siempre debiera estar de rodillas para darle gracias o al menos ocuparme continuamente de mis deberes proclamando su gloria, y empleando por él todos los instantes que me concede y que tan buenos son, entretanto que otros sufren amargamente.

Su franqueza le había valido algunos disgustos, pero también grandes triunfos, porque el culto de la verdad, proclamando la honradez, trae siempre ventajas, las cuales no se concretan a la conciencia y a la moral, sino que se extienden a la esfera utilitaria de la vida. Por esto, y relacionando sus virtudes con sus éxitos, decía el gran notario que también la honradez es negocio.

La cosa era sencillísima: bastaba con que la colonia madrileña residente en París se presentase en la embajada española, cogiera por un brazo al embajador y lo plantase en la calle, proclamando allí mismo por rey de España al príncipe Alfonso. ¡Ya contestarían al punto del otro lado de los Pirineos!... ¿Que chillaba el embajador?

Ya vencía la convicción, y echaba bravatas de pueril orgullo; ya, por el contrario, triunfaba la sospecha, proclamando con gemidos de amargura la derrota de sus vanas grandezas.

El cura, que en su casa comía bastante mal y cuyo paladar sabía apreciar el arte de Susana, llegaba restregándose las manos y proclamando su apetito. Pronto nos sentábamos a la mesa, y el principio de la conversación era no menos invariable que la lista de la comida. Hace buen tiempo adelantaba mi tía, cuya frase, si llovía, no se modificaba sino en el adjetivo.

En que las otras están llenas de cosas monstruosas, irracionales respondió imperiosamente el clérigo, en que sólo la religión del Crucificado llena todas las aspiraciones de nuestro sentimiento y nuestra razón. ¡Tenga usted cuidado, señor excusador! exclamó el mayorazgo soltando una alegre carcajada que está usted haciendo depender la verdad revelada del aserto de la razón, que está usted proclamando la supremacía de ésta, lo cual es una proposición herética. ¿Cómo? ¿cómo? preguntó aturdido el sacerdotePero Montesinos cambió la conversación bruscamente.

Proclamando que la vida es un engaño, que no hay distinción entre los sentimientos del nombre consciente y las ciegas potencias de la Naturaleza, que todo se reduce en el mundo a un mecanismo impasible, no creía tener ya razón de vivir y su vida era una continua muerte.

Le pareció oir el trote de los ganados. Contempló al centauro Madariaga en la noche tranquila, proclamando bajo el fulgor de las estrellas las alegrías de la paz, la santa fraternidad de unas gentes de las más diversas procedencias unidas por el trabajo, la abundancia y la falta de ambiciones políticas.

Ahora, para mostrar a Quiroga saliendo ya de su provincia y proclamando un principio, una idea, y llevándola a todas partes en la punta de las lanzas, necesito también trazar la carta geográfica de las ideas y de los intereses que se agitaban en las ciudades.