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Porque a me parece, ¡anda, Lucía, puedes decirme de eso! a me parece que cuando un hombre nos quiere, debemos como vernos en sus ojos, así como si estuviéramos en ellos, y dos veces que he visto de cerca a Pedro Real, pues no me ha parecido encontrarme en sus ojos. ¿No es, verdad, Lucía, que cuando a uno lo quieren le sucede a uno eso?

¿Qué tienes... qué te ha dado? le preguntó la vizcondesa. ¡Estoy segura de que viene a vernos! ¡Qué disparate!... ¿Estás loca? ¡Ya lo verás! Tres o cuatro minutos después tocaron ligeramente la puerta del palco. La señora de Aymaret se levantó a abrir y Pierrepont entró. Saludó cortésmente pero con frialdad, y echó a su alrededor una mirada como extrañando encontrar solas a las dos damas.

Señor, en París, yo permanezco en mi casa los miércoles, de cuatro a siete. Espero que usted nos demostrará su amistad yendo a vernos de tiempo en tiempo. Martholl agradeció y se retiró, acompañado de las dos jóvenes que, en Etretat, habían tomado la costumbre de conducir a los visitantes hasta la puerta del parque.

Recuerdo que en la madrugada de un día de otoño frío y lluvioso, salí de mi pueblo para Madrid. Despedime de mi madre, y turbado y conmovido como nunca lo había estado, bajé a escape la escalera en compañía de mi padre. Ambos marchábamos embozados hasta las cejas, no si por miedo al frío o por no vernos las caras.

La obscuridad no era tanta que dejásemos de vernos unos á otros..... Pero ¡de qué manera! ¡Qué fatídica luz en nuestras frentes! ¡Qué lobreguez en las nubes! ¡Qué aparente movilidad en el suelo que pisábamos! De pronto cae de aquel extraño fenómeno un borbotón de luz, un río de oro, un torrente de fuego que inunda instantáneamente toda la enlutada atmósfera.....

La verosimilitud, por tanto, no le preocupa, por regla general, y hasta se mofa de ella, ofreciéndonos escenas inesperadas que forja á su capricho, y levantando en los aires, como extrañas combinaciones de nubes, las creaciones más singulares; pero exorna lo que inventa con una luz tan brillante y tan agradable; son tan sorprendentes y tan atractivas las situaciones de sus personajes, y es tanta la gracia que brilla en el conjunto de sus composiciones, que nos arrebata á nuestro pesar, nos deslumbra con tantas bellezas y no nos deja tiempo para averiguar cómo y por qué hace todo esto, limitándonos á sentir el placer que excita en nosotros, de vernos tan ingeniosamente engañados.

Duerme en tanto en el campo de batalla Mientras su patria gime en servidumbre; Mientras la del corazon desmaya Y el hierro se carcome con la herrumbre; Cuando el tirano al vernos en derrota Con su lauro la espalda nos azota! ¿Quién es el vil que ríe, canta y danza Cuando el lamento de la patria suena, A sus hijos llamando á la venganza?

La abuela, consternada, nos miraba a las tres alternativamente con tal expresión de reproche, que el cura tomó el prudente partido de dejarnos para cortar la conversación. La de Ribert y Genoveva se quedaron todavía unos instantes, y cuando vieron tranquila a la abuela, se levantaron con la promesa de vernos muy pronto.

Aún podíamos vernos; aún podíamos hablarnos. Llorábamos como se llora en la casa de un muerto cuando está todavía de cuerpo presente. El dolor parece anestesiado por el aturdimiento de la catástrofe; hay todavía una realidad que sirve de consuelo; queda aún el cuerpo ante la vista: se llora más por el futuro que por el presente.

Tendremos que salirnos a la calle a comer, o a la escalera, o llevar una cerilla en el bolsillo para vernos las caras en la sala larga. A cualquiera otra parte. Crea usted que hoy nos van a dar bien de comer. ¿Quiere usted que le diga yo lo que nos darán en cualquier fonda a donde vayamos?