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Es curioso... Creí tener muchas cosas que escribir esta noche, y no me ocurre nada... Estoy distraída... Busco las palabras, y mis ideas se confunden... ¿Qué estará haciendo el señor Baltet mientras yo escribo?... 1.º de marzo. La de Ribert ha recibido una carta de mi alma hermana, llena de esperanzas para .

Sin ese airecito reservado y dulce que ha inaugurado, sin duda en obsequio del señor Baltet, se hubiera ganado algunas observaciones de la abuela o de la de Ribert; pero nadie ha dicho nada, en consideración a un esfuerzo tan meritorio. El mismo señor Baltet escuchaba con gusto lo que decía Francisca.

Apenas entró en el salón, iluminado por un lindo rayo de sol, que aureolaban los primeros fuegos del hogar en un dulce resplandor, cuando llegaron también la de Ribert y Genoveva para informarse del resultado de mis lecturas. La abuela no reanuda sus días de recibir hasta noviembre, pero acoge con gusto a las personas de nuestra intimidad que se presentan.

Mi opresión aumentaba, y me parecía que marchaba hacia mi destino, casi hacia mi desgracia... Si me hubiera atrevido, me hubiera escapado... Por fin, se abre la puerta del salón y... ¿qué veo? Delante de la ventana, ocupados en mirar fotografías, estaban la de Ribert y un joven rubio... alto... delgado... de ojos azules... Es el señor Baltet, estoy segura...

La de Ribert es el vivo retrato de su hija o más bien, ésta es la reproducción exacta de lo que ha debido de ser su madre. El cabello gris de la de Ribert, parece ser el sucesor designado de la opulenta cabellera de Genoveva.

La de Ribert le echó una mirada escandalizada al verla sentarse con las piernas cruzadas, postura con que la incorregible Francisca se complace en excitar la indignación de las respetables aiglemontesas. La buena señora se calló sin embargo. He encontrado mi alma hermana, Francisca... He... Una imperiosa mirada de la de Ribert me cortó la frase.

¿Que tenga estas ideas sobre la especie masculina?... ¡Ah! suspiró Francisca cómicamente, yo puedo asegurar que los hombres no valen nada, puesto que... Puesto que no se casan contigo añadió Genoveva. lo has dicho respondió Francisca imperturbable. ¿Sabe usted lo que a los mejores les gusta más en nosotras? No contestó la de Ribert divertida a pesar suyo. Nuestros defectos.

Hará usted mal de juzgar por el carácter de la excepción el carácter de la masa me respondió la de Ribert. ¿Cree usted de buena fe que las solteronas tienen el monopolio de la maldad en la charla, y que sólo una de ellas puede presentar el carácter de la Bonnetable?... No respondí convencida por el razonamiento. Tiene usted razón.

«Las cartas a Francisca» dijo la de Ribert, frunciendo las cejas, son la propiedad de uno de nuestros novelistas... , señora, pero yo no hablo de Marcel Prevost, sino de las cartas, de las famosas cartas... ¡Niña charlatana! exclamó la de Ribert, cuyo fruncimiento de cejas comprendí entonces.

, pero sobre todo la presciencia de los peligros que hace correr a aquellos a quienes tiene la misión de guardar y no guarda... En el estado actual de nuestras costumbres, ¿qué puede hacer una joven que quiere casarse y no encuentra con quién?... Resignarse en el celibato respondió la de Ribert. No hay otra cosa.