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Entonces yo abandoné al cobarde y me adelanté hacia la galería. Abajo, el muro fronterizo, proyectaba una sombra fatídica. Allí se apiñaba una turba negra.

La obscuridad no era tanta que dejásemos de vernos unos á otros..... Pero ¡de qué manera! ¡Qué fatídica luz en nuestras frentes! ¡Qué lobreguez en las nubes! ¡Qué aparente movilidad en el suelo que pisábamos! De pronto cae de aquel extraño fenómeno un borbotón de luz, un río de oro, un torrente de fuego que inunda instantáneamente toda la enlutada atmósfera.....

Pronunció de una manera tan fatídica estas palabras, que Montiño se aterró; aturdido, embrollado su pensamiento, llegó á creer lo que no había visto claro; esto es: que en efecto y por una terrible casualidad, hermana de las inauditas que le estaban abrumando desde que llegó á Madrid su sobrino postizo, había matado sin quererlo, sin sospecharlo siquiera, al amante de su mujer.

Y como los muertos que han de resuscitar al son de la trompeta fatídica, mil fantasmas sangrientos, sombras desesperadas de hombres asesinados, mujeres deshonradas, padres arrancados á sus familias, vicios estimulados y fomentados, virtudes escarnecidas, se levantaban ahora al eco de la misteriosa pregunta.

Renunció a leer a los primeros renglones, y comenzó a pasar hojas, deleitándose con alegría infantil en la contemplación de las láminas: leones, elefantes, caballos de salvaje crin y ojos de fuego, asnos a fajas de colores, como si los hubiesen pintado con arreglo a falsilla... El torero avanzaba descuidado por el camino de la sabiduría, hasta que tropezó con los pintarrajeados anillos de una serpiente. ¡Huy! ¡La bicha, la fatídica bicha!

La luna, filtrándose con trabajo por una nube, comenzó a alumbrar aquella fatídica escena. Phs, phs, amigo dijo el alcalde al cabo de un rato, sin avanzar un paso. Oir el ladrón este amical llamamiento de la autoridad y emprender la fuga, fué todo uno. ¡A él, Marcones! ¡Fuego! gritó don Roque, dándose a correr con denuedo en pos del criminal.

Tenía los ojos entoldados por la nube fatídica del no ser, y la boca seca y dura, abierta en una mueca desgarrante. El delirio espantoso que padeció en los últimos días impidió que se le administrasen los Sacramentos, salvaguardia de las sagradas promesas de salvación.

Después permaneció á un lado contemplando en silencio á Ester y al ministro, mientras éstos conversaban juntos y hacían los arreglos sugeridos por su nueva posición y por los propósitos que pronto habían de realizar. Y ahora esta fatídica entrevista quedó terminada.

Ha pasado la noche dolorosa, nuestra noche fatídica y amarga... Auras de paz retozan en la tierra y platean el cielo nuevas albas... En las yermas campiñas y en las selvas con la sangre del pueblo bautizadas, lanza el toque de diana la corneta y resucita la moderna Esparta...

Si á nosotros, fundándose en él, se nos dice: ¿Qué habéis hecho de ese millón de almas? ¿Caín, que has hecho de tu hermano?, con la misma razón podemos suponer nosotros que, en la inmensa extensión de territorio ocupado hoy por la gran república, había lo menos cuarenta millones de indios, y preguntar luego con voz fatídica: ¡Caínes! ¿qué habéis hecho de ellos?