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Todo esto brota y sale de sus labios sin interrupción, mientras sus gruesas cejas negras no hacen más que subir y bajar, y sus ojos brillan como brasas. «¡Esta es la juventudpensé, ahogando un suspiro; «¡ah! si pudiese yo, aunque sólo fuera por veinticuatro horas, tener sus ojos... y todo lo demásLe digo: ¿Y no me pides noticias de mi novia?

No es usted justa, mi hermosa prima, porque el primero que ha participado de esa convicción no se llama Marenval, sino Tragomer. María frunció las cejas, hizo un nuevo ademán afectuoso y, sin añadir ni una palabra, volvió á entrar en las habitaciones. Giraud presentó á Marenval su gabán de pieles.

En efecto; en el sitio donde torcía la calle, frente a la taberna de Los tres pichones, avanzaba en medio de un corro de muchachos que silbaban, saltaban y gritaban «¡El Rey de Bastos! ¡El Rey de Bastos!», , avanzaba, repito, el más extraño personaje que es posible imaginar: figuraos un hombre de barba y cabellos rojos, el rostro grave, la mirada sombría, la nariz recta, las cejas juntas en medio de la frente, con un círculo de hojalata en la cabeza, con una piel de perro de ganado, de color gris acero y largos pelos, puesta sobre la espalda y las dos patas de delante atadas alrededor del cuello; el pecho cubierto de crucecillas de cobre falso; las piernas vestidas con una especie de calzón de lienzo gris, atado por encima del tobillo, y los pies desnudos.

Su mirada, dejando de vagar, se fijó en un punto al principio incierto, pero que bien pronto pareció distinguir mejor; en fin, poniéndose las manos encima de las cejas, para aislarse mejor de los rayos del sol, permaneció un instante contemplativa, después sus facciones adquirieron una viva expresión de temor, y en dos saltos se plantó en la cámara de Kernok.

Pruebas he dado yo de no serlo. Pero hay una cosa, observó el secretario; hace cuatro meses, cuando se prohibió el uso de las armas, se les ha asegurado á los importadores estrangeros que las de salon serían permitidas. Su Excelencia frunció las cejas. Pero la cosa tiene arreglo, dijo Simoun. ¿Cómo? Sencillamente.

Mire usted dijo el otro; mi tío es general, y ya tengo una charretera a los quince años; otra vendrá con el tiempo, y algo más, sin necesidad de quemarse las cejas; para llevar el chafarote al lado y lucir la casaca no se necesita mucha ciencia.

No bien vio a Peñálvez pareció reconocerlo por un leve fruncimiento de cejas; pero no dijo palabra, esperando en silencio las órdenes de su amo y señor...

La bella castellana, de tez pálida y fina, cejas arqueadas, ojos severos y andar aristocrático, sacude el abanico con una gracia inimitable, y lleva la mantilla medio caida con la majestad que una reina su manto.

Entonces, del rincón obscuro de las máquinas, cuya masa gigantesca surge del suelo detrás del armazón de las ruedas, se adelanta pausadamente una larga figura vacilante, cubierta de harina de pies a cabeza; aparece un rostro pálido, en el cual sólo se lee esa especie de estupidez que producen los años; una nariz ligeramente colorada que baja hasta la barbilla, unos ojos enfurruñados que se ocultan bajo gruesas cejas, y una boca que parece agitada por un movimiento eterno de masticación.

Entonces, ¡si hubieses visto sus hermosos ojos inclinarse hacia el suelo, sus largas cejas fruncirse ligeramente, sus mejillas colorearse con un tinte vivo y fugaz! El ángel se ha ruborizado; entonces no era más que una mortal, pero una mortal adorable ¡y adorada! iba a decir, ¡qué locura! He aquí lo que me han contado.