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Estaba sola, completamente sola; ¿qué iba a ser de ella? Los amigos del filósofo no le sirvieron de nada. No sabían más que discutir. El capellán no apareció por allí; la muerte repentina de don Carlos olía un poco a azufre. Un día, tres o cuatro después de enterrado su padre, Ana quiso levantarse y no pudo. El lecho la sujetaba con brazos invisibles.

En el grupo juvenil donde la sensible señorita de Delgado figuraba, contra los deseos vehementemente expresados de Rosarito, que aseguraba sobre su honrada palabra que la citada señorita la había tenido a ella en brazos muchas veces, y que cuando iba a confesarse siendo niña, y la señorita de Delgado se hallaba en casa, le besaba la mano como a una persona mayor, se empezó a discutir con extraordinario fuego acerca de la música.

Y como quiera que tal indiferencia la tenía también para los demás compañeros, le consideraba un espíritu frío, incapaz de simpatía. Sin embargo, en cierta ocasión le desconcertó su extraño apasionamiento al discutir en clase con el profesor. Por otra parte, muchas ideas de su amigo eran para Muñoz incomprensibles y a veces absurdas. Ahora, desde hacía tiempo, habían dejado de frecuentarse.

Gonzalo agradeció el piropo con una sonrisa, sin darse por vencido. El instinto, que en él era poderoso, más que la inteligencia, le decía que , que era posible aquella aberración. Sin embargo, no quiso discutir, porque le humillaba defender tal supuesto, aunque fuese delante de su cuñada.

Estás blasfemando, Melchor; pero sin duda mereces que se te disculpe... no estás en condiciones de discutir «ahora»... mañana hablaremos. ¿Qué me quieres decir?... ¿que estoy borracho? rugió Melchor aproximándose a Lorenzo en actitud amenazante. Al verlo Ricardo se interpuso rápidamente, diciendo: No discutan más, Melchor... te alteras demasiado.

No supe más que llorar, cuando hubiera sido preciso discutir y examinar! ¿Y , no pensabas todo esto, desgraciada, mientras pasaban las horas, asegurando mi pérdida?

¿Quién me dice que usted no me engaña? Le creo capaz de todo para conseguir sus fines. ¿Cómo no habría yo sospechado ni visto nada de su intimidad? Tiene usted mucho interés en mentir para que le crea fácilmente. No se trata ya de discutir, dijo fríamente. Sepa usted que el mismo Jacobo me ha dado los detalles que acabo de contar.

Deseando estaba que Genoveva tomase la palabra para tener ocasión de decir a aquellas cursis cuatro palabritas bien dichas, ¡pero iba a estar aquello muy frío!... A ella le hubiese gustado discutir a caballo, con los hunos de Atila.

No cansarémos á nuestros lectores en discutir teórica y estadísticamente este punto de práctica, resuelto ya por muchos médicos alemanes, ingleses y franceses, en sus obras especiales. =B.= Estados diatésicos resultantes de afecciones agudas.

Para el lector aficionado á razonar el arte y discutir su técnica escribo estas breves líneas. Páselas por alto quien sólo aspire á sentirlo, seguro de que nada perderá en ello: mi simpatía, como la de todo artista, estará siempre con él. Porque sólo una imaginación fresca exenta de conceptos retóricos puede gozar realmente las obras poéticas, respirar con libertad en el mundo de la fantasía.