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Don Jaime se puso aún más pálido. Dió una vuelta por la estancia arrugando con mano crispada el gorro turco, dejó escapar una risita sarcástica, y volviendo a plantarse delante de doña Paula, dijo con burlona arrogancia: ¿De modo, señora, que me echa usted de su casa? ¿Yo, señor Duque?... ¡Qué idea!... Lo que quiero únicamente es devolver la calma a mis hijos, y evitar un choque...

Cuando algun jóven ha obtenido su diploma que lo reconoce como miembro de alguno de los gremios de artistas ó artesanos, si no encuentra colocacion ventajosa en la ciudad de su domicilio, ó si quiere procurarse una mejor en otra parte, se echa á viajar á pié de ciudad en ciudad, y su diploma le da el derecho de obtener gratúitamente la hospitalidad y los auxilios necesarios en los lugares del tránsito, en las casas campestres de la via y en la ciudad misma donde se detiene á ejercer su industria, arte ú oficio, miéntras carece de colocacion.

Se echa en un molde preparado con mantequilla y pan rallado, cuidando de poner poco más de la mitad, porque al cocerse aumenta mucho.

Vuelvo la cabeza y veo a un viejecito que empuja las fichas con una raqueta temblorosa. Debe de sentirse próximo a la muerte, y por eso no juega a encarnado. Acaso ganara; pero por unos cuantos duros no va a dejar a última hora su camino de siempre. ¡Qué hermoso ejemplo de consecuencia para los políticos! Yo lo someto a la consideración de un distinguido diputado, el cual se echa a reír. Ya ves.

Si he de decir ingenuamente lo que pienso, séame permitido manifestar que en mi concepto Fichte con todo el alambicar de su análisis, no ha hecho adelantar un solo paso á la filosofía en la investigacion del primer principio. Por lo dicho hasta aquí se echa de ver que es muy fácil detenerle con solo pedirle cuenta de las suposiciones que hace desde la primera página de su libro.

Aún ha de asomar tres o cuatro veces las narices. Qué, si no puede. Que puede. Verás si todavía echa unas salivillas, como dice el asistente de un primo mío artillero. ¡Chist! Oye, oye cómo aún ronca. Una, dos, tres.... Ahora escupe. Cuatro, cinco, seis... vaya, ya no vuelve; está el pobre muy cansado. Ahora no: ya dio las boqueadas.

Al dar las doce, se oyeron pasos en la calleja, apareció un bulto, y se detuvo debajo de la reja donde estaba asomada la duquesa. Esta, temblando, dejó caer la carta. El bulto la recogió, y la dijo con voz desfigurada: Mañana te contestaré, adorada mía; á las doce echa un cordón donde yo pueda poner mi carta. Y cuando la duquesa, atropellando por todo, iba á contestar, el bulto desapareció.

Bien se echa de ver que la paz de Bretigny no ha procurado gran sosiego á esta región, dijo el señor de Morel. En ella parecen haberse congregado cuanto malsín y aventurero quedaron por Francia y Aquitania después de la guerra, gente sin fe ni ley que vive del despojo y la violencia. Aquellas altas torres que allí véis pertenecen á la villa de Cahors, y más allá queda la tierra de Francia.

Vete, echa a correr, y no vuelvas hasta que yo te llame, que de esta suerte podrás correr sin parar. ¿Que no me llamarás, dices? replicó la mujer ; sería quizá demasiado favor, que harías a la que tantas veces ha sido llamada por los grandes, por los embajadores, ¡por la corte entera! ¿Sabes , rústico, ganso, zopenco, el dineral que se daba sólo por oírme?

No , me parece que todos van a recibirme como misia Petronila... Claro, apenas comprenden de lo que se trata, se encapotan y sacan el cuerpo con mucha urbanidad... Esto de hacer la pedigüeña no es para , ¡no es! y es preciso, sin embargo: cuando la necesidad habla, el amor propio se echa a la espalda.