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Carta acá, carta allá, y entrevista en las Descalzas todos los días, porque la Condesa vieja es tan devota, que no se mueve un clérigo ni fraile en las iglesias de Madrid sin que ella vaya á meter sus narices en la función. El hidalguillo tañe su laúd que se las pela, y la dama le manda décimas y quintillas. Ambos están muy amartelados.

En la casa le esperaban la señora Nicolasa, que se estaba poniendo vieja, y Orejón senior, que se conservaba muy fuerte. Su pequeña hermana era ya una muchacha; pero la pobre más fama tenía de traviesa que de sabía. En el pueblo continuó Elías consagrado al estudio. Su sequedad aumentó, y se determinó más su orgullo; pero los padres no notaban tal cosa, y estaban amartelados con el joven.

Lo mismo dijo Paco Vélez... Ahí los tienes a los dos tan amartelados en el palco, publicando las amonestaciones... ¡Dice Paco Vélez que ha habido unas historias!... López Moreno sitió a Beatriz por hambre, y entre el embargo y la boda no hubo más remedio que capitular.

Como era natural, no le faltaron a la tía Carmita muy finos galanes, donceles amartelados que no la dejaban ni a sol ni a sombra; que desde la esquina le hacían unos osos fenomenales; que la seguían a todas partes, lo mismo a las distribuciones piadosas en la iglesia de San Francisco, que, todos los domingos, a la misa de diez en el templo de San Juan de la Cruz, que era, en aquel antaño, la preferida de todas las muchachas lindas y en privanza, como ahora, en estos felices días, la misa de ocho en Santa Marta.

Lo merece, hijo, lo merece. Ya tendrá novio, ¿verdad, tía Pepa? O, por lo menos, sus amartelados.... ¿Qué? ¿qué dices? Que ya tendrá novio.... ¿Novio Angelina? ¡Por Dios, Rorró! ¡Qué otro vienes! Y en tono dulce y suplicante agregó: ¡Ay!, ¡Rorró! ¡No hagas malos juicios de las personas!... En aquellos momentos llegó la joven.

En tan congojoso estado de indecisión se hallaba el americano cuando sucedió lo que hemos visto en el capítulo anterior: el encuentro con los amartelados jóvenes y la conversación con Andrés, a quien quiso sonsacar. Aquella noche le picaron los celos crudelísimamente y el demonio de la voluptuosidad le presentó a su sobrina más hermosa y apetecible que nunca.

Hombre, yo te diré repuso el capitán con cierta vacilación. Me gusta que estén así, tan amartelados, pero no me place todo lo que allí veo. Por ejemplo, tienes á todas horas metido en el hotel al fantasmón de Urquiola, que se pavonea por los salones como si ya fuese el amo. Doña Cristina no hace nada sin consultárselo. Además, ¿te acuerdas de Nicanora, el aña?

Don Alonso llamó a su hija para que hiciese la reverencia a su pariente el señor Márquez de las Navas. Dos días después, Ramiro recibió de una vendedora de rosarios un favor de raso verde. Beatriz se lo enviaba. El no se atrevió a ponerlo en su gorra, como lo hacían otros galanes amartelados; pero decidió llevarlo consigo entre el jubón y la ropilla.