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Pensad un poco en lo que representan, en lo que valen, en la riqueza y el ingenio que consagra a producirlos la ciudad más industriosa del mundo, y sin querer, vuestra mente os presentará entre los pliegues de las telas de moda todo nuestro organismo mesocrático, ingente pirámide en cuya cima hay un sombrero de copa; toda la máquina política y administrativa, la deuda pública y los ferrocarriles, el presupuesto y las rentas, el Estado tutelar y el parlamentarismo socialista.

En este punto, si nos contraemos a la especulación racional, nuestros conceptos son iguales; pero en contar, en extenderse a mayor número, en notar mayor cantidad, los silfos nos ganan; penetran con sus sentidos, y ven y perciben abismos de extensión, de tiempo, de volumen y de duraciones en lo infinitamente pequeño, por donde lo mediano, lo mezquino para nosotros, su universo de un kilómetro cúbico, es más ingente para ellos que toda la inmensidad de los cielos para nosotros.

Una mañana, el lego de la portería avistó al alegre padre Loriot, trepando por el camino ingente del Purgo, con su mochila al hombro y una criatura en los brazos; la había encontrado abandonada, desnudita, muriéndose a la orilla desolada de un camino.

Ya menguaba su anchura como comprimida por los abruptos cantiles que se alzaban en una y otra margen alpestre, ya dilatándose el estrecho formaba ingente lago, en cuya faz, que apenas rizaba la brisa, se reflejaban la luz del cielo, ora nubes obscuras, ora el sol refulgente, y los escarpados cerros que parecían circundar el agua formando anfiteatro.

Y como ciudad principal, centro y cabeza de este nuevo mundo, ponía él a Buenos Aires, su patria, en cuya ingente plaza mayor se levantaría grandioso monumento, más alto que la más alta de las pirámides, a la memoria de Juan Manuel Rosas, precursor y fundador de la nueva era y tremendo nivelador y constructor del camino por donde el linaje humano en América había de subir a tamaña altura.

Beethoven estaba en aquel ingente librote, que por lo grande, lo revuelto, lo obscuro, tenía algo de mar; allí estaba su turbulento genio escondido debajo de mil líneas, puntos, rasgos, tildes y garabatos que parecen oscilar, encresparse y confundirse con la rítmica hinchazón de las olas. En la superficie alborotada de un libro de sonatas difíciles, sólo es dado navegar al músico experto.

Son los villaverdinos un tesoro de virtudes. En su mirada se transparentan la mansedumbre y la benevolencia; es en ellos ingente la piedad, y al par de ésta sobresale la resignación. Pero el sentimiento religioso no es en las almas villaverdinas plácido y activo, sino, por lo contrario, lúgubre, apocado, meticuloso.

Sólo mar y cielo se hubiera visto, sino apareciese ante los ojos encantados de los de la nave, no lejos de ella y en medio del piélago azul, algo a modo de ingente y precioso canastillo de flores y verdura, que parecía flotar sobre la superficie del Atlántico.

Espléndidas páginas habían de dar aún para su historia virreyes tan ilustres como don Juan de Castro y don Luis de Ataide; pero la piedrecilla había de sobrevenir derribando por último el coloso y engrandeciéndose luego como ingente montaña que sobre firme y arraigado cimiento se erguiría sobre la tierra y la dominaría.

Soy el bardo rebelde que en encierra Un corazón ingente y bondadoso; Y mi verbo es de admonición y guerra Que aplasta al necio vil, ruin y coloso. No me espanta la voz del sordo trueno. Yo no conozco el miedo ni el fracaso, Mi alma es un sol de resplandores lleno... Sobre la ignata muchedumbre paso. ¡Oh, musa, ven a mi!