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Se le llenaron de lágrimas los ojos. «Bien decían en el Seminario murmuró con despecho que soy muy apocado y muy... así..., como las mujeres, que por todo se afectan. ¡Vaya un sacerdote ordenado de misa! Si tengo tal afición a chiquillos, no debí abrazar la carrera que abracé.

Si los encontraba muy de frente, Gonzalo solía llevarse la mano al sombrero; si no, pasaba de largo como si no los viese, a pesar del conocimiento, ya que no amistad íntima, que su tío mantenía con el señor Belinchón. La vida exclusiva de café, el ningún trato con las mujeres, habían hecho de Gonzalo un joven apocado y vergonzoso.

Me tacharán de crítico apocado; me dirán que ésta es la novela más transcendental y más universal de Pereda, la más comprensible para todos, la más traducible.... Todo esto es verdad; pero cada cual tiene sus manías: yo me vuelvo a La Robla y a La Leva y a Suum cuique. Y consiste todo en que los críticos madrileños y yo juzgaremos siempre a Pereda desde puntos de vista muy distintos.

Sus pocos momentos de buen humor relativo los gastaba Emma en cultivar los resabios de sus pretéritas coqueterías; todavía pretendía parecer bien a los parientes a quienes un día desdeñara; un poco de romanticismo puramente fantástico, alambicado, enfermizo, era lo único que, en presencia de los Valcárcel, y sólo entonces, revelaba la existencia de un espíritu dentro de aquella flaca criatura pálida y arrugada: lo demás del tiempo, casi todo el día, parecía un animal rabiando, con el instinto de ir a morder siempre en el mismo sitio, en el ánimo apocado y calmoso del suave cónyuge.

El duro, estrecho, apocado y fementido lecho de don Quijote estaba primero en mitad de aquel estrellado establo, y luego, junto a él, hizo el suyo Sancho, que sólo contenía una estera de enea y una manta, que antes mostraba ser de anjeo tundido que de lana.

Su mujer era quien no se las prometía tan felices. La señora de Benítez tenía un carácter apocado y siempre pronosticaba males y no bienes. Ella era lo contrario de D. Ambrosio, que veía el porvenir de color de rosa y que soñaba con todos los refinamientos y primores del lujo y de la distinción suprema.

En concreto, nada le había dicho Tónica; pero a pesar de esto, el joven, con instintiva confianza, creía en su felicidad, y aquella noche fue la primera de satisfacción y calma, después de las rabietas e inquietudes que le había producido la timidez de su carácter apocado. Ahora... ¡oh! ahora era todo un hombre, y así lo reconocía satisfecho y un tantico orgulloso de su audacia.

Son los villaverdinos un tesoro de virtudes. En su mirada se transparentan la mansedumbre y la benevolencia; es en ellos ingente la piedad, y al par de ésta sobresale la resignación. Pero el sentimiento religioso no es en las almas villaverdinas plácido y activo, sino, por lo contrario, lúgubre, apocado, meticuloso.

Le aseguro a usted, Amaury, que no es nada peligroso, y le prometo que han de pasar más de seis meses antes que el apocado Felipe se atreva a hacerme la menor insinuación amorosa. »No he creído necesario hablarle, a mi tío de asunto tan baladí. No es cosa de molestarle con tan poco fundamento; el pobre está cada día más abatido y es muy de temer que no tarde mucho en reunirse con su hija.

Los muchachos me han convertido en amaparadora de su ideal, y no negaré a usted que este papel de potencia protectora ha hecho surgir cierta exaltación valerosa en mi espíritu naturalmente apocado. El origen del valor está en la calidad de la misión que lo suscita y promueve. Una vez más lamento lo ocurrido. Con el respecto de siempre y con afecto mayor que nunca saluda a usted su humilde amiga.