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Pero estos inicuos animalejos le habían declarado una guerra cruel; no perdonaban medio de molestarle y exasperarle, consiguiendo á veces ponerle en un estado de irritación vecino de la locura. Los rasgos sobresalientes de su carácter eran la honradez y la independencia. Mas no dejaba de ser afable con todo el mundo y se dejaba acariciar de cualquiera, aunque sin hacer aspavientos.

Atrás se quedaron los Viveros con sus regocijadas bodas; los valses sonaban lejanos, como vagos estremecimientos del aire, y Ernestina seguía infatigable, hablando cada vez más cerca del oído de su esposo. Ella viviría tranquila, sin molestarle, si no existieran los celos. Porque ella se sentía celosa.

Desde que, siendo estudiante D. Ambrosio y ella hija de la pupilera en cuya casa D. Ambrosio se hospedaba, ambos se amaron y se casaron, había sido fiel, sufrida y hacendosa compañera de aquel hombre, gobernando la casa y cuidando de todo con ordenada economía y dando a D. Ambrosio, sin molestarle ni ofender su orgullo, los más juiciosos consejos.

Y se lo hizo leer. Y entre Kempis y la Regenta, y el calor que empezaba a molestarle, y la prohibición de los baños le quitaron el humor al digno magistrado. Ya no leía, al dormirse, a Calderón, sino a Job y al dichoso Kempis. «¡Vaya unas cosas que decía aquel demonche de fraile o lo que fuese! No, y lo que es razón tenía, es claro; el mundo, bien mirado, era un montón de escorias.

Cuánto siento hayamos tenido que molestarle de esta manera. Le aseguré que mi único deseo era verla completamente restablecida, y, mientras hablaba, no pude dejar de reconocer que su belleza era notable. Aun cuando muy niña, pues su figura no había acabado de desarrollarse completamente, su cara era, sin embargo, una de las más perfectas que he visto.

, bien merecía aquel hijo de las entrañas que se le arrancasen aquellas espinas del alma. ¡Había sido tan buen hijo! ¡Había sido tan hábil para conservar y engrandecer el prestigio que le disputaban!». Desde que doña Paula vio que «no estallaba un escándalo», que don Fermín mostraba discreción y cautela incomparables en sus extrañas relaciones con la Regenta, se lo perdonó todo y dejó de molestarle con sus amonestaciones.

Habiéndose ofrecido al general para ayudarle a escribir cartas en ocasión en que éste se hallaba muy apurado, cumplió con tal exactitud, que apesar de que las epístolas eran un poco pedestres y enrevesadas, aquél aprovechó sus servicios algunas otras veces, y hasta recabó del jefe de la oficina que le dejase libre algunas horas a fin de no molestarle tanto.

Felizmente los jueces no pudieron comprender la mirada de angustiosa pasión que la sarracena le dirigió, por última vez, al ser arrastrada de nuevo a la tortura. Vino luego la declaración del Canónigo, y no volvieron a molestarle. Ya quedaba libre; pero ¡quién quitaría de su honra la mácula de semejante calumnia! ¡Ah, un agravio alevoso como aquél merecía, asimismo, secreta venganza!

¡Usted siempre tan inglés, tan inglés! pronunció sin turbación ni encogimiento el mancebo . Mire usted; ya sabe usted que soy franco, franco; en Madrid andábamos cada cual a nuestro negocio y a nuestro gusto; pero en el extranjero, en el extranjero agrada encontrar paisanos. En fin, dispense usted; dispense usted; veo que vine a molestarle; lo siento por la señora....

Pero aquel dia, en que el calor fué extraordinario, habiéndose retirado Amestoz mas temprano se acostó en la hamaca mientras volvia su amigo. Cogióle el sueño, y Bolívar á su llegada, por no molestarle, ocupó la cama que estaba vacia. Este cambio casual le salvó la vida.