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Al lector que en su fuero interno haya diputado ya a Gonzalo por hombre desleal y pérfido, o por lo menos débil, declarándole quizá «un carácter repugnante», como dicen los críticos cuando los personajes de las novelas no son todo lo heroicos y talentudos que ellos quisieran, pusiérale yo en aquel nido pequeño y perfumado como el cáliz de una magnolia, frente a la niña menor de los señores de Belinchón, vestida con peinador de cintas azules que dejaban ver una buena parte de su garganta amasada con rosas y leche, recibiendo en el rostro los relámpagos azulados de sus ojos, y escuchando una voz grave y pastosa que removía todas las fibras del alma.

A doña Paula, que dormía a su lado, la aterraron de tal modo, que fué necesario acudir al antiespasmódico. Belinchón, con la fortaleza de los temperamentos heroicos, no dijo nada a su consorte. Lo que hizo fué beber un trago del antiespasmódico. Al día siguiente salió en coche para Lancia, acompañado de Peña, Sinforoso, don Rufo y dos sables de tiro.

Don Melchor, herido en lo más hondo de su corazón, se levantó convulso de la butaca y pidió que inmediatamente fuesen a buscar un coche que le trasladase a Tejada. En cuanto estuvo a la puerta, se metió en él, ordenando al cochero que fuese a todo escape a la quinta de Belinchón.

Después de rato largo de silencio, durante el cual la señora de Belinchón dió mil vueltas en su cabeza para hallar una entrada que la llevase naturalmente a la confidencia que estaba obligada a hacer. ¿Han cosido hoy mucho las chicas? preguntó. No ... Apenas he ido por allá respondió Cecilia. Me figuro que, si seguimos trabajando tanto, vamos a concluir demasiado pronto. Puede ser.

Para ello Belinchón había tomado a su servicio al notario Sanjurjo, que constantemente le acompañaba a las sesiones, levantaba actas y más actas de las arbitrariedades del alcalde, que pasaban al juzgado y allí se estancaban gracias a la mala voluntad del juez.

Cuando bajó el telón, un anciano encorvado, con luenga barba blanca y gafas, se acercó arrastrándose más que andando al palco de los de Belinchón. ¡Don Mateo! Imposible que usted faltase exclamó doña Paula. ¿Pues qué quiere usted que haga en casa, Paulita? Rezar el rosario y acostarse dijo Venturita.

En sus relaciones exteriores con la familia Belinchón, esto es, cuando se encontraba con ella en público, observaba una conducta delicada y afectuosa, como personas a quienes debía muchas atenciones. Con Venturita no se autorizaba tantas familiaridades, pero no dejaba de hablarla en el teatro o en el paseo de un modo cariñoso.

No; están en el teatro... No sabe uno dónde la tiene; ¿verdad, querido? ¡Hola! ¿Hay compañía? , desde hace unos días. ¿Crees que me hubiera matado, Gonzalo? Phs... tal vez se hubiera usted roto una pierna, o las dos... o una costilla. ¡Menos malo! exclamó el señor de Belinchón dejando escapar un suspiro.

La halló buena, callada, inteligente y hacendosa, y sintió una intensa alegría amargada tan sólo por la noticia de que los novios no se irían a vivir con él. Visitaba poco la casa de Belinchón, pero cuando tropezaba a la joven en la calle, nunca dejaba de pararla, mostrándose tan galante y expresivo como jamás le había visto nadie. ¿Que no la quieres? repitió. ¿Y por qué no la quieres, zopenco?

¡Qué tonterías! gruñó don Mateo. ¡Belinchón y Miranda, que en su vida se metieron en estos asuntos del ayuntamiento ni quisieron ser alcalde, tomarlo ahora con tanto apuro! Las cosas habían cambiado mucho, en efecto. La lucha enconadísima que uno y otro bando sostenían en todos los terrenos donde podían, era más empeñada ahora en la corporación municipal que en ningún sitio.