United States or Sudan ? Vote for the TOP Country of the Week !


No puede concebirse la audacia de Luisa, sino por la esperanza de que la debilidad de su marido la salvaría del apuradísimo trance en que se encontraba. Porque no se les había dicho por qué se les había preso, y la prisión no podía ser resultado sino del envenenamiento de la reina ó del robo hecho á Montiño.

Mas harto comprendió desde el primer instante, con la rápida percepción de su claro entendimiento y su mucha práctica de mundo, que en vano emplearía todas las astucias de su ingenio, todos los atrevimientos de su audacia y todos los recursos de su dinero en atraerse de nuevo a sus amigos y a formar en torno suyo aquella brillante corte que era la médula de su vida, porque era también la de su vanidad.

Años después, recordando aquel golpe de audacia, para el cual sólo el amor podía haberle dado fuerzas, lo que más admiraba en su temeraria empresa era el piquillo de su pretensión, los doscientos reales en que su demanda había excedido a su necesidad. «¿Por qué pedí mil reales en vez de ochocientos?». No se lo explicó nunca. D. Juan Nepomuceno miró, sin contestar, a su afín. ¡Mil reales!

Nada tenía esto de extraño; la caía de repente encima el hijo involuntario que le había procurado una fatal casualidad, una fatal sorpresa, un sobrecogimiento funesto, una inaudita audacia de las mocedades del duque de Osuna. Nunca una mujer se había visto en tales y tan originalísimas circunstancias.

La audacia con que se recogía la falda, marcando las curvas más opulentas de su cuerpo y dejando al descubierto gran parte de las medias, irritaba a las mujeres. ¡Vaya usted con Dios, marquesita salerosa! dijo Fermín cerrándola el paso.

Y , golfito serio, con toda tu sabiduría, eres tan incapaz de adivinar, tan ciego... que no sabes distinguir entre Feliciana o las cachuelas de conejo a que te convida su padre. Maltrana era ahora el que se sentía turbado, no sabiendo qué contestar. Su timidez encogíase ante la audacia con que se expresaba la mascarita.

No se recataba ya para estudiar, y hacía público alarde, con la mayor desvergüenza, de su decidida inclinación a tomar el grado aquel mismo año, llegando hasta la audacia de escribir un trabajo muy bueno sobre la dextrina, e ilusionándose con la idea de hacer oposición a una cátedra.

Eran sus hijas, las únicas muñecas de su infancia, y todas las mañanas experimentaba la misma sorpresa viendo las flores nuevas que surgían de sus capullos, siguiéndolas paso a paso en su crecimiento, desde que, tímidas, apretaban sus pétalos como si quisieran retroceder y ocultarse, hasta que, con repentina audacia, estallaban como bombas de colores y perfumes.

Ya pisaban el redondel; ya estaban frente al público: llegaba la realidad. Y las ansias de gloria de sus almas bárbaras y sencillas, el deseo de sobreponerse a los camaradas, el orgullo de su fuerza y su destreza, les cegaba, haciéndoles olvidar temores e infundiéndoles una audacia brutal. Gallardo se había transfigurado.

Era la vida brutal, la ley del destino sorda e inexorable, y la venganza no está obligada a más equidad que esa justicia ciega cuya espada de dos filos hiere casi siempre al inocente con el culpable. ¿Qué le iba a hacer ella? ¿Salvar al uno para salvar a la otra? ¡Engaño! ¡Piedad ridícula de los débiles que causa la audacia implacable de los fuertes!