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Hacía sacrificio de confesarse descendiente de don Gonzalo de Córdoba, pero no se prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con majestad, porque no quería que nadie sospechase, que él aprobaba las rendiciones de cuentas de su poco escrupuloso antepasado.

, señor... ¡Pues no me había de atrever!... , señor, que me atrevo replicó el viejo, ya enfurecido. ¿Quieres que yo consienta que expongas tu vida por un pillo, por un ladrón, que se ha introducido en tu casa para robarte villanamente la honra? A los ladrones se les mata de un tiro, o se les ahorca; no se mide las armas con ellos... estás obcecado, Gonzalo... Párate un momento, hombre.

El día de la gran prueba, Gonzalo estuvo muy agitado. Había tratado de inquirir con disimulo, si algún criado de la casa estaba comprometido, o por lo menos sabía algo. Nada encontró tampoco que lo hiciera presumir. Almorzó sin apetito. En cuanto tomó café mandó enganchar y se fué en compañía de su suegro. La sesión del ayuntamiento duró hasta las diez de la noche.

Y al empuje vigoroso del joven, el columpio volaba, y la niña cerraba los ojos dilatando la nariz con un sentimiento de intenso placer. Gonzalo gozaba en verla así arrobada. Transcurrieron veinte días de esta suerte. Durante ellos recibieron dos visitas de Pablito y Piscis, una vez en tílburi y otra a caballo.

Había en aquella adhesión y cariño que toda la familia le mostraba, en lo franca y resueltamente que se ponían de su parte y rechazaban con horror a la extraviada hija y hermana, algo que a Gonzalo le conmovía y le sofocaba a un mismo tiempo.

Ya no salía nunca hacia el bosque que no la llevase consigo; y a veces, mirando hacia una y otra parte, como si alguien pudiera sorprenderle, hincaba la punta de cierto modo en el tronco de los árboles para recordar la terrible estocada con que había dado muerte a Gonzalo.

Pero es incapaz de guardar rencor por una ofensa, ni obra jamás con premeditación, sino empujada por las impresiones del momento... Además, Gonzalo añadió sonriendo, considera que ahora le debes muchas más atenciones, muchísimo más cariño, si es posible...

Todos los enigmas de su vida acudían a su memoria: la soledad de su infancia, la dureza del abuelo para con él, la continua y llorosa melancolía de doña Guiomar, las especies tan extrañas que había suscitado su lance con los conversos, el súbito desvío de Beatriz, el denuesto de Gonzalo en la callejuela... ¡el abnegado amor de aquel hombre de otra fe, de otra raza!; y vio que todo resultaba harto comprensible a la luz de la espantosa revelación.

¡Tendría que ver eso! dijo la señora volviéndose airada. Si Gonzalo es mucho, Cecilia es más... A mi hija no la desprecia ni Gonzalo ni el Príncipe de Asturias, ¿sabes?... Me enteraré de lo que acabas de decir, y si resulta cierto, ya tomaré yo mis medidas.

En nuestra literatura tenemos esta leyenda en Las Cantigas del Rey Don Alonso, y en Gonzalo Berceo; y algo semejante da asunto a Calderon para su famosa comedia El mágico prodigioso.