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Y el ingeniero adivinaba algo de ridículo en su situación, como si realizándose las irónicas fantasías del doctor acabasen de sorprenderle dando su serenata ante el hotel del millonario. Aún pasearon mucho tiempo los dos amantes. Deteníanse para contemplar una flor rara, seguían con atención infantil los saltitos de los pájaros corriendo por los andenes.

Cuando quedaba sólo no buscaba al momento, como antes, una ocupación manual en que entretenerse. Quiso atribuir al calor esta singular postración que experimentaba, y cuando algún vecino después de sorprenderle con los brazos cruzados le dirigía alguna pulla, echaba pestes contra el verano, que le quitaba las ganas de emprender ningún trabajo. Y en realidad, no mentía.

Pero no eran menester tales palabras: su cara, su espanto, bastaron para persuadirme de que la viuda no me había engañado. ¡Qué pena la mía! ¡Juro que hubiera preferido sorprenderle en brazos de una mujer! Entonces se levantó en mi corazón una tempestad de asco y de desprecio. ¡Y aquel era el hombre que me había poseído, el que saboreó mis primeros besos de amor!

El padre y la tía casi no le veían la cara y cuando lograban vérsela, al atravesar el patio o al sorprenderle en su cuarto vistiéndose, se les figuraba muy pálido, muy flaco, la estampa marcada de un calaverilla precoz y sin freno. Acabará por enfermarse decía misia Casilda, ¡se acuesta tan tarde! ¿por qué no le hablas ?

Dios me lo ponía delante; le vi de espaldas y corrí; mas cuando estaba junto a él y antes que me viera, pensé que no era prudente precipitar un hecho que debía tener justificación completa. Procurando serenarme, dije para : Tengo la seguridad de sorprenderle dentro de la casa. Entretanto, esperemos.

19 Y procuraban los príncipes de los sacerdotes y los escribas echarle mano en aquella hora, porque entendieron que contra ellos había dicho esta parábola; mas temieron al pueblo. 20 Y acechándole enviaron espías que se simulasen justos, para sorprenderle en palabras, para que le entregasen al principado y a la potestad del gobernador.

Su casa está tres puertas más abajo. El viejo echó dos pasos atrás y exclamó: ¡Verdad, amante!... Estoy metiendo la llave en casa de D. Justo el escribano... ¡Tendría gracia que fuera á sorprenderle en el cuarto de la criada!... ¡Ji, ji!... Toda la culpa ha tenido ese perdío de Velázquez... ¡Qué mona llevaba! ¡Superior! ¡pero superior!... Escucha, Ramón... no digas á nadie que me he equivocado, porque se van á creer que estaba borracho... ¡Ji, ji!... ¡Borracho el señor Rafael!... ¡Tendría que ver!... Adiós, Ramón... buenas noches... Chito ¿eh?... Buenas noches... Hasta mañana, si Dios quiere...

Y sentado junto a ella estaba Maltrana, el heroico Maltrana, expresándose con vehementes gesticulaciones, echando el busto hacia adelante, cual si la muchacha tirase de él con magnética fuerza. Al ver a su amigo, mostró Isidro cierta turbación, se cortó su verbosidad, lo mismo que si acabara de sorprenderle en algo vergonzoso.

Halló á su primo sentado en viejo sillón de cuero con un libro en la mano, esto es, en su posición natural de sabio. En el momento de sorprenderle, sus labios finos se plegaban en una sonrisa irónica. Pero al levantar los ojos y ver á su primo, aquella expresión maliciosa se trocó en otra de cordial alegría. Alzóse vivamente del asiento y vino á abrazarle.

Y, sin embargo, no olvida. Y en aquel rincón viene a sorprenderle el ascenso, la traslación a la parroquia de Ulloa, especie de desagravio del arzobispo.