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Al apartarse, la embriaguez había desaparecido por completo. Dirigió una mirada vaga, extraviada, al indiano. Pero esta mirada adquirió súbito expresión de espanto, se fijó en él como en un animal extraño que la viniese a acometer. ¿Qué hace usted aquí?... ¡Ah, ! exclamó llevándose la mano a la frente. ¡Dios mío! ¿Qué me pasa? ¿Estoy soñando?...

Parecía un cadáver en pie. De pronto, despertó la fiera humana que se encabrita y ruge ante la desgracia. ¡Ah, perra descastada! bramó. ¡Mala piel! ¡....! Y el supremo insulto a la virtud femenil salió de sus labios disparado contra María de la Luz. Avanzó un paso, con la mirada extraviada y el puño en alto.

Juana la Larga fue declarada una largartona de primera fuerza; Juanita, una moza extraviada que estaba ya pervirtiendo y corrompiendo las buenas costumbres, y don Paco, un viejo chinadísimo, a quien hija y madre ponían en ridículo e iban a chupar cuanto poseía.

Lo mismo te hubiera solicitado y te hubiera perseguido, porque me enamoras, aunque fueses una reina extraviada por estos andurriales o la princesa heredera del mayor imperio del mundo.

La extraviada imaginación de Mariano veía a este personaje cual si fuese un resumen de todas las altas categorías y la cifra del encumbramiento personal. «¡Cuánta pillería!», exclamó para .

De día, pensaba siempre en su pasado, pero con memoria tan extraviada, que creía repasar la historia de otro. Recordaba su regreso al pueblecillo natal, después de su primera campaña carcelaria por ciertas lesiones; su renombre en todo el distrito, la concurrencia de la taberna de la plaza admirándole con entusiasmo: ¡Qué bruto es Rafael!

La amiga de usted había seguido ya su camino, extraviada con no prestar oídos más que a la voz del amor, y si en el fondo de su alma existía el laudable sentimiento del rescate que se proponía operar, no por eso dejaba de comprender que había errado. El amor de usted tenía que hacerla ver el abismo ya presentido por ella.

El notario retrocedió, reculando, hasta el rincón más oscuro de su cuarto, con los ojos desmesuradamente abiertos, la mirada extraviada, y extendiendo hacia adelante los brazos, como para rechazar a un enemigo. Castañeteando los dientes, murmuró con voz sofocada, como en las novelas de Javier de Montepin: ¡

El atrevimiento era tan grande, la audacia tan increíble, que extraviada la opinión por completo con estas pérfidas insinuaciones, señaló entonces con el dedo a la condesa de Albornoz y comenzó a mirarse el dintel de su palacio con el mismo horror con que se había mirado tres días antes la esquina del ministerio de la Guerra.

Este afán de separarse de la corriente, de romper toda regla, de desafiar murmuraciones y vencer imposibles y provocar escándalos, no era en ella alarde frío, pedantesca vanidad de mujer extraviada por lecturas disparatadas; era espontánea perversión del espíritu, prurito de enferma. Mucho perdió el primo Sebastián con aquella restauración de la iconoteca familiar.