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Y Hans Keller describía después al hombre, siempre inquieto, estremecido por misteriosas ráfagas, incapaz de sentarse como no fuese ante el piano o la mesa de comer; recibiendo de pie a los visitantes, yendo y viniendo por su salón, con las manos agitadas por nerviosa incertidumbre, cambiando de sitio los sillones, desordenando las sillas, buscando una tabaquera o unos lentes que no encontraba nunca; removiendo sus bolsillos y martirizando su boina de terciopelo, tan pronto caída sobre un ojo como empujada hacia el extremo opuesto y que acababa por arrojar a lo alto con gritos de alegría o estrujaba entre sus dedos crispados por el ardor de una discusión.

El agua, empujada por rápida velocidad, ha perdido sus ondulaciones y sus pequeñas olas; todos sus rizos, prolongados por la rapidez del torrente se han cambiado en otras tantos líneas perpendiculares como trazadas por la punta de un estilete.

Irresistible é implacable, como si fuera empujada por el destino, el agua que cae lleva tal velocidad, que ni el pensamiento puede seguirla: se cree tener ante la vista la mitad visible de una ancha rueda que gira incesantemente alrededor de la roca. Contemplando esta corriente siempre la misma y renovándose sin cesar, se pierde la noción de la realidad.

Una señora elegante salida de él la sonreía, intentando abrazarla. ¡Abuelita!... ¡abuelita! Lo primero en que se fijó la vieja fué que la bailarina célebre iba vestida de luto: un luto vistoso y sobradamente llamativo, pero luto al fin, que sólo podía ser por su hermano Alberto. Se sintió empujada cariñosamente al otro lado de la verja que acababa de abrir la doncella.

Sin embargo, la verdad se abría paso misteriosamente, empujada por el pesimismo de los alarmistas y por los manejos de los espías enemigos que permanecían ocultos en París. Las gentes se comunicaban las fatales nuevas al oído: «Ya han pasado la frontera...» «Ya están en Lille...» Avanzaban á razón de cincuenta kilómetros por día. El nombre de von Kluck empezaba á hacerse familiar.

Cegada por la lluvia, empujada por el huracán, la manada en derrota gira sobre misma, se extravía, se dispersa, y corriendo enloquecidos los bueyes hacia adelante, pretendiendo alejarse de la tempestad, arrójanse en el Ródano, en el Vaccarés o en el mar, donde casi todos perecen.

Habituada a la vida semirrural de Tetuán, sintió cierta inquietud viéndose empujada por el gentío en los alrededores de la plaza de la Cebada. Las vendedoras, con un par de limones en una mano o unos fajos de perejil, pregonaban sus mercancías a grito pelado.

Al acordado son de dos órganos portátiles, entonaban himnos 27 cantores entre ellos ocho con jubones y guirnaldas en las cabezas y además seis ángeles tañendo instrumentos y cuatro profetas con sendas filactérias de oropel , siguiendo luego la «rocaque como los «pasos» de nuestras procesiones era transportada ó empujada por hombres.

Como en esos retratos borrados por el tiempo en los que no se distingue más que las facciones debilitadas del modelo, el parecido se atenuaba y la muerta desaparecía empujada por la viva. En vano buscaba ya los detalles que hubieran podido recordarme á Lea Peralli. La actitud de la mujer que tenía delante no era la misma que la de la infeliz asesinada.

Y ese era el resultado: ella, que quería hacer que su amante volviera a tener creencias, ella que quería atraerle a su propia fe, se veía empujada a la duda, a la negación. ¡En vez de curar al enfermo, éste la había contagiado su mal; en vez de purificar al réprobo, se encontraba contaminada por su contacto! Pero ¿podría, en realidad, renegar por largo tiempo las creencias de toda su vida?