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Por de pronto, es manirrota para el dinero, y mayores son las ansias que siente de gastarlo, cuanto más negras las dificultades que la pinta Simón, el sempiterno mayordomo de la casa. Al principio andaba por ella Pepe Guzmán anticipándose delicadamente a las grandes crisis; pero llegó a parecerle un tantico pesada la delicadeza, y se dedicó a viajar más a menudo y más largamente que antes.

Lo que me había dicho la monja francesa había despertado mi curiosidad. ¡Ah! La madre Florentina era muy buena. Nos llamaba siempre filletas y nos dejaba hacer cuanto queríamos, menos cuando tocaban a trabajar. ¡Oh! Entonces no había más remedio que apretar durito. No consentía en nuestros cuartos ni un tantico así de polvo.

Esto, y un tantico de vanidad que se fue despertando en el alma de Paz, indujeron a su padre a sacarla del colegio-convento; mas aunque quiso hacerlo con gran tiento y circunspección, tuvo por fin que ser enérgico, porque las santas mujeres habían procurado atraerse la voluntad de la niña. ¿Les indujo a ello la bondad de Paz? ¿Ambicionaron la conquista de su preciosa voz para la capilla? ¿Prendáronse quizá del entusiasmo con que era de las primeras en gastar sus ahorros de colegiala rica comprando, ya la sabanilla del Cristo, ya la toca de la Virgen, ya el encaje para el paño del altar?

Su hermano Jaime, al llegar, haría cosa de un año, de la isla de Cuba, quiso comprar la casería; mas aunque daba por ella lo que no valía realmente, su propietario, un marqués residente en Madrid, no se la quiso vender. Tomás vivía con bastante desahogo, dada su condición, pero sin economizar un ochavo, y a veces un tantico apurado.

Me ha comprado algunas crucecitas de los padres mendicantes, y huesecillos benditos para hacer rosarios. Hoy le llevé mi comercio y la noble señora hizo que le contara mi historia; y como esta es de las más patéticas y conmovedoras, lloró un tantico. Después, como ella saliera de la sala para ir a sus quehaceres, quedeme sola con las tres niñas, y allí de las mías.

La verdad es que la admiración de Petrarca a Laura y la de Dante a Beatriz eran nada en comparación con la apasionada y vehemente que nuestro chico profesaba a la planchadora. La admiraba sin comprender que la naturaleza pudiese formar otro ser que rivalizase con ella; todo lo encontraba hechicero, desde sus cabellos, un tantico revueltos, hasta sus pies, nada breves y nada bien calzados.

Volvió la rubia a contar el varillaje de su abanico; cerrole de pronto con estrépito; incorporose de un salto; rodeó con sus brazos el cuello de su miga, y la dijo al oído un secreto. ¡Pobrecillo! exclamó la otra, en cuanto Sagrario volvió a sentarse, abriendo el abanico con las dos manos y poniéndose también a contar el varillaje con los ojos un tantico cobardes.

Era prohibido tocar a los reos; pero el populacho se desquitaba cubriéndoles de escarnios y maldiciones. ¡Ah! ¡ah! ¡mártires del Diablo, ya veréis cómo escuece! ¡Que os echen dos puñados de sal y un tantico de orégano! ¡Que le metan a ésa un cohete por debajo del rabo pa que le conozco su madre cuando la quema! Una mujer gritó desde una ventana: ¡Arrepentíos, desdichados; pensad en los infiernos!

En Peleches Rayana la hora de comer, don Alejandro Bermúdez hizo un montón con las cartas que había escrito en toda la mañana sin levantar cabeza; se restregó las manos muy satisfecho, como aquél que alivia la conciencia de un gran peso; dio unas pataditas para desentumecerse mientras guardaba las gafas de oro en el estuche, y salió del gabinete a la sala; precisamente en el mismo instante en que entraba Nieves en ella para ir al suyo, en traje de campo, algo agitada de respiración, y hubiera jurado don Alejandro que un tantico desencajada de semblante y despeinada, a lo que podía verse por debajo del ala del sombrero, muy caída sobre los ojos...

La vanidad hacía a Ramoncito no sólo torpe, porque es regla bien sabida que cuando se galantea a una mujer no debe alabarse con demasiado calor a otra, sino un tantico atrevido dirigiéndose a niñas. Estas se miraban sonrientes, brillándoles los ojos con fuego malicioso y burlón que el joven concejal no observaba. Y diga usted Ramón, ¿no se ha declarado usted a ella? le preguntó Pacita.