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Al siglo XVI, á ese siglo en que ni el sol dejaba de alumbrar dominios españoles, ni su bandera de ondear doquiera hubiera una peña donde sustentar su grandiosa insignia; al siglo XVI, epopeya ante la cual, todo español vuelve los ojos engrandeciéndose con su grandeza; al siglo XVI, que veía pasar ante los misteriosos dientes de su grandiosa rueda, hazaña tras hazaña, conquista tras conquista; á ese siglo que parecía no acabaría de registrar en sus doradas páginas triunfos y victorias: á ese siglo, en que veneros de oro arrojaba el Nuevo Mundo, mundo del cual dice un célebre poeta invocando la gran figura de Isabel, que había en bancos de coral, rocas de perlas; á ese siglo que tiene un prólogo tan grandioso como el que dejó escrito con la punta de su espada, el invencible Gonzalo de Córdoba, siendo una de las letras de su epílogo el postrimer suspiro del que moría entre los sombríos y artísticos muros del Escorial, después de haber hecho temblar al mundo de Oriente á Occidente; á ese siglo en que, á imitación de los antiguos rituales, hacían renacer los aragoneses y catalanes la memoria de Rodrigo de Vivar, reproduciendo las solemnes fórmulas del juramento que hizo temblar á Sancho el Bravo; á ese siglo que compendia la edad de oro de nuestra literatura, á cuyo frente figuran genios como Lope de Vega y Cervantes; á ese siglo, en que un Carlos I recogía del suelo los pinceles del Ticiano; á ese siglo en que se incubaban en la mente de Blasco de Garay los primeros gérmenes que habían de crear esos gigantescos pulmones de hierro que en sus potentes transpiraciones de vapor horadan la roca, dividen las ondas y acortan el espacio; á ese siglo, en fin, le cupo la gloria de ver descubiertas á la nueva civilización las hoy llamadas islas Marianas, con todo el Archipiélago Filipino.

3 Y todos los príncipes de las provincias, y los virreyes, y capitanes, y oficiales del rey, ensalzaban a los judíos; porque el temor de Mardoqueo había caído sobre ellos. 4 Porque Mardoqueo era grande en la casa del rey, y su fama iba por todas las provincias; pues el varón Mardoqueo iba engrandeciéndose.

Libre en las manifestaciones de su opinion, influyente en Europa por la independencia de su prensa, considerado y estimado por la hospitalidad neutral que acuerda al proscrito y al pensamiento extranjero, y engrandeciéndose por medio del trabajo, el pueblo belga es digno de tanto mayor respeto cuanto mas visible es la pequeñez de su territorio.

Espléndidas páginas habían de dar aún para su historia virreyes tan ilustres como don Juan de Castro y don Luis de Ataide; pero la piedrecilla había de sobrevenir derribando por último el coloso y engrandeciéndose luego como ingente montaña que sobre firme y arraigado cimiento se erguiría sobre la tierra y la dominaría.