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Pero pronto viene á sacarla de dudas el mismo Cayo en persona, que, alarmado por unas palabras que le dijo el tribuno tercero allá entre bastidores, viene á dar con su madre y le manda que escuche y tiemble, con cuyo mandato Cornelia se hace toda oídos y se pone á temblar como un azogado.

¿Ignoraba ella, cuando lo encontró por primera vez, los fines que perseguía? No ... no creo... Pero si acaso supo que lo habían desterrado de su patria y condenado a muerte, buena y sensible como era, debió temblar de compasión por él.

Una alegre emoción hacía temblar sus manos, mientras desdoblaba el papel, y con su viejo rostro encanecido, radiante de gozo, leyó: *

Su voz indignada, pero tranquila, resonaba en aquel momento como una voz del cielo. Les echó en cara su crimen; los humilló; los hizo temblar; los convenció, y los obligó a ponerse de rodillas para pedir perdón por su delito. Yo creo que temían que un rayo los redujera a cenizas.

De pronto un vivo sonrojo se esparció por su rostro, e iba a hablar con impetuosidad, cuando una conmoción interior, que disipó aquel sonrojo y le hizo temblar, pareció detenerle de nuevo. En fin, dijo con voz débil, mirando fijamente a William: Ahora me acuerdo, el cuchillo no estaba en mi bolsillo. William respondió: No lo que queréis decir.

Parecía imposible que éste soportase las travesuras del estudiante, que traía revuelta toda la casa, persiguiendo a las criadas, entreteniendo con chistes a los tejedores e introduciendo algunas veces en su cuarto ciertos compañeros de Facultad tan levantiscos como él, que al menor descuido saqueaban la despensa, y cuando no, hacían temblar los viejos pavimentos del caserón ensayándose a saltos en el manejo de la pandereta.

Su voz ardorosa y fuerte parecía hacer temblar la negra superficie del río; se extendía en ondas armoniosas por los campos, perdíase en la frondosidad de la lejana isla, desde donde contestaba como un suspiro lejano el trino del ruiseñor.

¡Pero no os ha robado! dijo el cocinero mayor, que tenía el amor propio de creer que era la suya la desgracia mayor que podía acontecer á un mortal. ¿Que no me ha robado? gritó Dorotea clavando en Montiño una mirada resplandeciente de fiereza, que hizo temblar al cocinero mayor , ¿que no me ha robado? ¿y mi alma? ¿y mi corazón? Os queda á lo menos dinero para vengaros.

Nada; y se echaba a temblar pensando en los oscuros fenómenos patológicos de que ella le hablaba, y barruntando la tormenta que traía aparejada su ignorancia del caso. Mujer, yo no puedo decirte... yo no entiendo... llamaremos al médico.... ¡Eso es, al médico! ¡Para estas cosas al médico! Ya que no tienes pudor, déjame a tenerlo.

Y ya comenzaba a recitar con labio balbuciente un capítulo de la historia sagrada cuando vino a interrumpirlas Manín. Entró con su eterna chaqueta verde, calzones cortos, su gran calañés mugriento, haciendo temblar el piso con los zapatones claveteados. A esta indumentaria, arcaica ya en la provincia, debía gran parte de su notoriedad y la fama de terrible cazador de osos que había tenido.