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Y existe, porque no ha caducado enteramente la civilización á que debió su vida; porque los ideales de que son noble símbolo sus iglesias y colegios, siguen imperando en la Nación que reconstruyeron los Reyes Católicos; porque, ya que no dentro de las viejas murallas que besa el Tormes, á lo menos en los flamantes hoteles del ensanche de Madrid, se perpetúan, con sus antiguos blasones, las familias aristocráticas que levantaron aquellos palacios que nosotros íbamos viendo; porque subsisten, en fin, la Religión cristiana, la Monarquía española, la Nobleza de Castilla y hasta las democráticas Leyes patrias que defendieron las Comunidades; es decir, todos los veneros de la grandeza salmantina.

No menos que estas iglesias florecian por entonces los monasterios de toda la provincia, en especial los de la Sierra de Córdoba, que así como rinde en tributo á la campiña las aguas de sus veneros y los aromas de sus plantas, le tributaba á la sazon con estos y aquellas sangre copiosa y fecunda de mártires, y purísima fragancia de virtudes evangélicas.

Que hambre.... ¡, que se mama el dedo don Fulano!, ahora mismito van a abrirse los veneros de la riqueza pública.... Que impuestos.... ¡don Fulano habló de economías! Que socialismo.... ¡paparruchas! ¡Atrévanse con don Fulano, y ya les dirá él cuántas son cinco!

Podrán hurtarme mis veneros de oro, pero al perder tan singular tesoro, es que habré sido traicionado y muerta. Rizal, Mabini, del Rosario y Luna, hijos míos y tuyos son. Cada una lleva en la frente un evangelio escrito. Si yo les mi maternal entraña, no empresa mía fué, sino de España, fundir el alma en su troquel bendito.

Dentro de este vasto territorio, todo ceñido de altas cumbres sin mas salida que la llanura por donde el Guadalmez y el Zuja pasan juntos á regar campos de Estremadura, se dibujan otras largas cadenas de montañas: una de las cuales lo atraviesa todo de levante á poniente, de Fuencaliente á Fuenteovejuna, y es la cordillera principal de los Montes Marianos, que va vertiendo á uno y otro lado las aguas de sus veneros, unas al Guadalquivir, otras al Guadalmez y al Zuja, contornando elevadas barreras.

Aquí se ejercitaban los hombres en el juego de bolos, combatiendo seis mozos de la Pola con otros tantos de Entralgo. Los demás, interesados en la partida, miraban sentados en los maderos que por allí había diseminados. Entre ellos estaba una cuadrilla de mineros que de luengas tierras había traído la empresa que comenzaba á beneficiar los ricos veneros de Laviana.

El Ilang-Ilang, ese árbol precioso que en la esencia de su flor, no sólo encierra el más preciado de los perfumes, sino también un elemento de riqueza, forma en Mindoro bosques extensos donde la codicia del hombre, ciega por el deseo del lucro, no se contenta con el producto de la flor, y destruye miles de plantas para obtener de su jugo una pequeñísima parte del codiciado líquido; exígua recompensa que pone de manifiesto él exceso de avaricia, la falta de sentido práctico que se observa en la explotación de los veneros de riqueza que atesora el Archipiélago.

Las flores abundaban en Villalegre, gracias a la fuente del ejido, cuyas milagrosas propiedades ya hemos elogiado, y gracias también a otros caudalosos veneros, que brotan entre rocas al pie de la inmediata sierra, y a varias norias y a no pocos pozos de agua dulce, con los cuales se riegan huertos, macetas y arriates.

Llegó D. Julián Calderón con Mariana y Esperancita, Cobo Ramírez con León Guzmán y otros tres o cuatro pollastres, el general Pallarés, los marqueses de Veneros y otras varias personas, entre las cuales predominaban los banqueros y hombres de negocios. Uno de los últimos en llegar fué el duque de Requena, a quien se hizo la misma acogida ruidosa y lisonjera que en todas partes.

En el pasillo ó antesala, que era bastante espacioso, habían puesto un pesado armario de roble ennegrecido, con columnas salomónicas, gruesas chapas de metal blanco en las cerraduras y bisagras, y en lo alto un óvalo con el escudo de la casa de Porreño y Venegas, el cual escudo consistía en seis bandas rojas en la parte superior, y en la inferior tres veneros relucientes sobre plata y verde, además de una cabeza de sarraceno, circuído todo con una cadena y un lema que decía: En la Puente de Lebrija peresci con Lope Díaz.