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Ramoncito ya no podía sufrir más aquella pena de Tántalo a que la experiencia de su amigo le condenaba. No cesaba de mirar hacia el sitio donde éste y Esperancita departían. Poco a poco fué acercándose a ellos: concluyó por detenerse delante. Qué tal, Esperanza.... ¿Hace mucho que no ha visto a su amiga Pacita? El mismo lo comprendió así y se ruborizó al pronunciar estas palabras.

O hablando con exactitud, las que bordaban eran doña Esperanza y Esperancita: Mariana se mantenía sentada en una butaca, mirando al vacío en perfecto estado de inmovilidad. Pepe Castro y Ramón eran amigos íntimos de la familia y se les recibía sin ceremonia y con agrado.

No, señor, está bastante malita, según dice el cochero de Mudela.... ¡Claro! como esos chicos no entienden, la han hartado de agua.... D. Julián se levantó presa de violenta agitación, y sin decir palabra salió de la estancia seguido de Remigio. Castro y Ramoncito cambiaron otra vez una mirada y una sonrisa. Esperancita las sorprendió y se puso colorada. ¡Qué a pecho toma papá estas cosas!

Ramoncito Maldonado, que se hallaba a unas cuantas varas de distancia, no se acercó al grupo, fiel a la consigna de no prodigarse, de hacerse desear, que hacía más de un año le había dado su amigo y mentor Pepe Castro. Hasta entonces de poco o nada le había servido aquella táctica. Esperancita permanecía insensible a sus asiduos y rendidos obsequios.

Después de algunos elusivos apretones de manos, con la sola excepción del de Maldonado a Esperancita, que no llegó a realizarse porque aquél se distrajo intencionalmente para dar comienzo digno a la gran serie de desaires de todas clases con que pensaba atormentar a su adorada, acomodáronse en sendas sillas. Pepe al lado de Mariana; Ramón junto a D.ª Esperanza.

Aquélla estaba realmente muy linda disfrazada de dama de Luis XIV; vestido rojo recamado de oro, y manto amarillo, también bordado; el cabello empolvado, y al cuello una cinta de terciopelo negro con brincos de plata. Terminado el rigodón de honor, los jóvenes comenzaron a bailar. Pepe Castro vino a recoger a Esperancita, que paseaba con su íntima la última de Alcudia.

El futuro estadista se apresuró a invitarla, pensando con su penetración característica que Esperancita le daba esa pareja porque era bastante fea. Mecido en este grato y dulcísimo pensamiento pasó un rato feliz bailando con la hija del general Pallarés, "uno de nuestros más bellos bacalaos", al decir de Cobo Ramírez.

Cobo Ramírez abandonó por un rato a Esperancita dejándola en poder de su rival, para sentarse en un rincón delante de una mesita volante y devorar algunos trozos de boeuf d'Hambourg y jamón.

Dios ha sido, hijo mío, Dios ha sido, y un poco también la buena sangre que tienes en las venas.... ¿Tienes escogida ya esposa? El joven sonrió haciendo un signo afirmativo. ¿Quién es? He pensado en Esperancita Calderón. ¿Qué le parece? Perfectamente. Es una niña muy bien educada, muy simpática: además yo la quiero como una hija.

Quédense ustedes.... Ya ha pasado la hora de paseo. No puedo dijo Castro . Hoy como en casa de su hermano. ¡Ah! verdad que es sábado, no me acordaba. ¿Come usted todos los sábados en casa de tía Clementina? preguntóle por lo bajo Esperancita con inflexión extraña. El lechuguino la miró un instante. Casi todos como en casa de su tío Tomás. Tía Clementina es muy guapa y muy amable.