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Cádiz está como un peñasco en el centro de una inmensa llanura: por el oriente la llanura sólida, la vastísima costa de la baja Andalucía, completamente plana, extendiéndose hacia el Guadalquivir de un lado, y del otro hacia los lejanos contrafuertes de Ronda, siguiendo la dirección de Medinasidonia; al occidente, al sur y al nor-oeste los desiertos del Atlántico, llenos de luz y de solemnidad.

»No resta mas que vigorizar el brazo del forjador donde mas tenaz es la resistencia: un esfuerzo mas, y la vida del Oriente trasmigra al magestuoso Guadalquivir; un acto más de , y la magestad de Bagdad se humilla ante la reina del Andalús, y el Godo casto y salvage que hoy proclama rey la enriscada Asturias , hunde entre sus pobres templos de cal y piedra tosca la férrea corona de puntas heredada de Pelayo.

Después de dar unas cuantas vueltas por la galería se fueron hacia arriba, y yo al poco rato manifesté al señor Paco deseo de subir también a ver el parque que en la orilla del río han formado recientemente para esparcimiento y recreo de los bañistas. Es una gran terraza natural sobre el Guadalquivir, con que termina la falda de la colina en que Marmolejo está asentado.

Stein llegó a la puerta de la Carne, cerca de la cual está el hermoso cuartel de caballería; dejando a mano derecha la elegante puerta de San Fernando, edificada en el año 1760 al mismo tiempo que la inmediata y magnífica fábrica de tabaco, cuyo costo subió a treinta y siete millones de reales; y dejando a mano izquierda el cementerio, esa sima que la muerte se emplea continuamente en llenar, como las Danaides su tonel, llegó a los hermosos paseos, que son como ramilletes que adornan la ciudad y las orillas floridas del Guadalquivir.

Las Andalucías sin Almería, ó sea la hoya completa del Guadalquivir, con la región marítima del estrecho del Mediterráneo, conteniendo 2,605,300 habitantes. Poblacion, 665,000 almas. Poblacion total, 3,800,000 almas.

Debió ser Juan de Albret, marido de la reina Catalina hermana de Francisco Febo. En 15 de Febrero de este año hízose entrega por los moriscos de esta ciudad de la mezquita de la Morería al Adarvejo, cumpliendo el mandato de los Reyes Católicos; siendo asistente el Conde de Cifuentes. Hubo una avenida tan grande del Guadalquivir que rompió la puente.

Bella, bellísima es Granada; mas ¿faltan acaso pueblos que rivalicen con ella en hermosura? Refléjase en las aguas del Guadalquivir una ciudad aun árabe que fue en otro tiempo corte de los califas.

Toledo, la antigua capital del imperio godo, con su maravillosa catedral y sus palacios suntuosos, que, á pesar de sus ruinas, excitan nuestra admiración; Burgos, cuna del Cid, con sus almenas y torres góticas; la rica Barcelona, no inferior á ninguna ciudad de Italia en sus magníficos edificios públicos y privados; la bella Valencia, recostada en su encantadora huerta, como una reina en un lecho de rosas; Córdoba, la antigua capital de los califas, la puerta de oro por donde se derramaron en el Occidente las artes y el lujo de Oriente; Granada, el castillo encantado y romántico, la Bagdad europea, envanecida con su Alhambra, Generalife y Albaicín y con su fértil vega, cercada de sierras, coronadas de nieve, como de riquísima diadema; Sevilla, en fin, el emporio de las riquezas de América, la primera plaza comercial de Europa, con sus muelles llenos de extranjeros de todas las naciones, y agobiada por el peso de tantas riquezas; con su gigantesca catedral, el templo más vasto del orbe; con la esbelta torre de la Giralda, que se destaca de las tranquilas aguas del Guadalquivir, eran las joyas más preciadas de la bella Península.

Es una lástima que no tengamos aún documentos del siglo de oro o de los siglos de oro de la literatura atlántica parisina, de hará unos ocho mil años, ni de la emanación bética de aquella cultura, implantada a orillas del Guadalquivir por los turdetanos.

No se dejaba cabalgar de otro jinete que el príncipe, a la sazón Sultán; pero en trueque era la más dócil hacanea si alguna dama hermosa intentaba montarlo. Andaba tres farasangas de sol a sol; corría el doble que el corcel más corredor; en la arena dejaba atrás al camello más fuerte, y pasaba a nado el Guadalquivir en los días más iracundos de su tempestuosa soberbia.