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Royan es un pueblecito de recreo adonde acuden gentes de toda la Gascuña. Su bahía y la de Saint-Georges disfrutan del espectáculo gratuito que dan los marsuinos al entregarse alegremente á la caza de los bañistas en pleno río, zambulléndose y dando saltos fuera del agua hasta la altura de cinco ó seis pies.

En el agua, cuatro o cinco personas de uno u otro sexo retozan bajo la vigilancia de cuatro maestros nadadores, que están pensando en otra cosa; al pie de la columnata hay una profusión de mesitas de te, rodeadas de bañistas, con trajes de baño y con peinadores, que se han guardado muy bien de remojarse.

Para bajar al río, la Bringas tenía que vencer la repugnancia que aquello le inspiraba. Sólo por amor de sus hijos era ella capaz de hacer tal sacrificio. Le daban asco el agua y los bañistas, todos gente de poco más o menos.

Creían hacerla un gran favor aquellos corteses bañistas cuando la invitaban a las fiestas con que entretenían los ocios de la temporada; y no podían imaginarse hasta qué extremo la molestaban poniéndola en el deber de aceptarlo todo. ¡Fiestas a ella, que venía huyendo de las que le habían envejecido el espíritu a lo mejor de la vida!

Las tres amigas, seguidas a corta distancia de las dos madres, se dirigían a él, algo más peripuestas de lo que habían pensado por la mañana, porque a última hora se supo que acababa de llegar un gran contingente de bañistas de buen humor, que no faltarían al baile.

Cada día ve cortados sus recursos sin que le quede más que el de los baños: lo espera todo de los bañistas, del azar de las habitaciones que, unas veces alquiladas, otras vacías, un día producen y el otro empobrecen. Esa mezcla con París, el París mundano, por caros que éste pague sus goces, es una plaga para el país.

Las dos jóvenes son sevillanas y creo que primas carnales... ¿No conoce usted al sacerdote? Es un jesuita... un señor de mucha fama. Se llama el padre Talavera, ¡Qué linda es la hermana María de la Luz! ¿eh? Mucho. Vagamos todavía un rato por los jardines, pero no volvimos a tropezar con ellas. En cambio, fuimos a dar a un cenador donde tres o cuatro bañistas leían periódicos.

Eran necesarios esfuerzos heroicos para contenerla e impedir que hiciese la vida de las bañistas del gran tono, que ocupaban el día entero en lucir trajes y divertirse. Desde este punto de vista, fue funesta a Pilar la presencia en Vichy de seis u ocho españolas conocidas que aún aprovechaban allí el fin de la estación.

Después del baño de agua salada, los bañistas se dan un baño de sol en la arena. El sol semitropical pronto quema el rostro y los brazos, a tal extremo que despertaría la envidia de los jóvenes norteamericanos que se pasan tantas horas tendidos en la playa para adquirir el color de un indio.

Por otra, la proximidad de las casas, etc. Por otra, el perjuicio que a los bañistas se les irrogaba, etc., etc. En fin, eran más de veinte las razones que don Rosendo «apuntaba de un modo ligero y sucinto», proponiéndose darle «más amplitud y desarrollo» en otras cartas sucesivas con que pensaba «molestar la atención de los lectores de su ilustrado periódico».