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En el siglo XVIII y principios del XIX, estaban designadas con toda claridad las horas para remojarse los dos sexos, haciéndolo las mujeres «desde la madrugada hasta las once de la mañana, los hombres hasta el toque de oraciones, dejando los baños enteramente desocupados para que entraran las mujeres hasta las diez de la noche

En el agua, cuatro o cinco personas de uno u otro sexo retozan bajo la vigilancia de cuatro maestros nadadores, que están pensando en otra cosa; al pie de la columnata hay una profusión de mesitas de te, rodeadas de bañistas, con trajes de baño y con peinadores, que se han guardado muy bien de remojarse.

La moderna necesidad de los baños de mar, dejando despoblado á Madrid los veranos, llenó de madrileños nuestra capital; y su buen tono, convencido de que para vivir á la moda era preciso salir á bañarse dió en irse á Ontaneda á remojarse en sus nauseabundas aguas; pues no era cosa de largarse á otro puerto de mar cuando tenía uno de los mejores en su casa.

Allí todo era cuestión de dinero. Teniéndolo, se hallaba desde la pieza lujosamente amueblada, hasta el tugurio infame, donde podía gozarse de las comodidades de un catre de los muchos que, en fila y pegados unos a otros, contenía un pequeño cuarto de madera, y desde el vino y los manjares exquisitos, hasta las sobras de éstos, barajadas en un champurriao indescifrable, y que podía remojarse con el agua turbia del aljibe, donde viboreaban los pequeños gusanitos rojos, descendientes quién sabe de qué putrefacción y cuyos movimientos rápidos y variados podían servir de diversión al ánimo preocupado.

Si los establecimientos para remojarse los sevillanos tenían, pues, verdadera importancia, no era menor la que tenían las vallas y cajones que de antiguo se colocaban en el río y los cuales constituían una de las mayores distracciones de nuestros paisanos en los meses caniculares.