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Llegado al valle felizmente, aunque un poco dolorido de cintura yo, por el continuo esfuerzo hecho con ella para conservar el cuerpo en la vertical, sobre la línea del caballo, paralela al suelo, supe que el pueblo columbrado por durante la bajada por los claros de la espesa columnata de troncos, era Robacío.

Alrededor de ella, a lo largo de la columnata, los perfiles de los hombres célebres hacían muecas al sol poniente. ¡Y todo aquello tan desolado, tan tétrico! Al oír resonar mis pasos sobre las losas, volvía a experimentar aquella impresión de grandeza en el vacío que me atormentaba desde mi llegada a Munich. Una escalerilla de fundición asciende dando vueltas por el interior de la Bavaria.

Entremos dijo su novio . Esto es un cementerio de novela; un jardín como no hay otro en Madrid. La enamorada pareja sentíase atraída por el poético silencio de este rincón olvidado. En la columnata vieron a una vieja haciendo calceta, y junto a ella un hombrón, que fijó en los jóvenes su mirada escrutadora. ¿Vienen ustedes por algún pariente? dijo.

Su epidermis no tiene ya el brillo de hace diez años y va adquiriendo un matiz harinoso. En una palabra, la señora Grelou es una antigua rubia; sin embargo, su línea es siempre elegante y su porte bastante juvenil. Llega hasta la piscina. Es un estanque cuadrado, bastante amplio, rodeado de una columnata dórica.

Extendían sus plumajes a una altura tres o cuatro veces mayor que la de los edificios, rectas como los fusteles de una columnata, alineadas lo mismo que una tropa de soldados viejos, y ofreciendo en el fondo la rápida visión de un palacete de láctea blancura.

Ferragut, con la humildad de la admiración, se quedaba siempre abajo, viéndolo todo al través de sus piernas. «¡Ay! ¡veintidós años!...» Luego, cuando oía hablar de Pompeya, se verificaba en su memoria una superposición de imágenes: «Muy hermoso, muy interesanteVeía las calles, los palacios, los templos, pero en segundo término, como un fondo esfumado, mientras se destacaban en primera línea cuatro piernas magníficas, una columnata humana de fustes esbeltos forrados en seda negra que transparentaba la blancura de la carne.

En el agua, cuatro o cinco personas de uno u otro sexo retozan bajo la vigilancia de cuatro maestros nadadores, que están pensando en otra cosa; al pie de la columnata hay una profusión de mesitas de te, rodeadas de bañistas, con trajes de baño y con peinadores, que se han guardado muy bien de remojarse.

Se veía el disco de color de cereza, detrás de las ramas del olivar, como al través de una celosía negra. Sus últimos rayos, a ras de tierra, coloreaban con un resplandor anaranjado la columnata de troncos de los olivos, las marañas de plantas de la tierra, las curvas del cuerpo de la moza tendido en el suelo. La punzante película de las chumberas erizábase como una epidermis luminosa.

El templo griego henchía en el espacio los bultos dorados de su techumbre; la iglesia católica hacía brillar la cruz en lo más alto de su campanario; la sinagoga, de formas geométricas, se desbordaba en una sucesión de terrazas; los minaretes islámicos formaban una columnata blanca, afilada, esbelta.

Unas tablas viejas cierran un portal ancho; por las rendijas se columbra un patio lleno de escombros, y entre el cascote, ante paredes desmoronadas, se yergue una arquería de medio punto, sostenida por elegante columnata dórica. Estoy a espaldas del palacio que muestra su fachada a la plaza principal.